Siempre será necesario que la acción hacedora de instalaciones que los gobiernos disponen para diferentes servicios públicos esté respaldada por mecanismos de reacción rápida que preserven las condiciones de sus estructuras y contenido en instrumentos al momento de inaugurarlas.
Evitar con diligentes supervisiones, planificación y reserva de recursos para eventualidades que las obras -tanto antiguas como nuevas- sobrevivan en medio de deterioros que restan eficiencia y acortan vida de los patrimonios.
Por mucho tiempo se ha fallado, de manera particular, en mantener recintos hospitalarios con todas sus áreas habilitadas y con suficientes aprovisionamientos para atender y alojar pacientes cuyo proceso de recuperación no debe ser afectado por imperfecciones in situ.
Y peor aún, años atrás, rehabilitar con torpe simultaneidad a un buen número de ellos fue catastrófico para el sistema de salud llevado por la falta de continuidad en labores de reconstrucción y de equipamiento a una subida extraordinaria de la inversión.
Para estos tiempos -y pasando a otro aspecto- la sociedad dominicana no quisiera sentir que pierden presteza y movilidad los servicios de emergencia del 9-1-1 al empequeñecerse su flota de ambulancias por daños mecánicos, de lo que están apareciendo ya las primera señales.
Sería deplorable también el que, al tiempo de crecer las líneas del Metro de Santo Domingo, como tanto conviene, sufran erosiones los segmentos que de viejo existen.
Al orgullo de dotar de obras al país debe sumarse el de protegerlas
Enfrentar también la dañina falta de civismo de algunos ciudadanos
Superar la cultura de tratar bienes estatales como si no tuvieran dueño