Un fanfarrón, español en Moscú

Un fanfarrón, español en Moscú

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
Señor Henríquez: mi nombre es Angélico Zulueta y Echeverri; trabajo en una estación de televisión en Moscú desde hace seis años. Envío este mensaje porque hace tres semanas pude ver el indecoroso programa Aparte y punto, que usted produce en compañía de un antiguo militante comunista. Justo al lado de mi casa vive un estudiante de comunicación cuya madre, rusa, estuvo casada con un dominicano negro de quien no ha tenido noticias en los últimos diez años. Ese estudiante residió algún tiempo en Santo Domingo cuando su padre y su madre estaban juntos.

El habla español bastante bien; y no quiere perder «por falta de practica» su habilidad para hablarlo. Aquí es útil dominar esa lengua. Esto lo ha llevado a sintonizar emisoras de radio con programaciones en español. Ha sido él quien me ha informado que en su programa se han difundido expresiones injuriosas contra mi padre.

Quiero suministrarle ciertos datos personales porque, con toda seguridad, usted no sabe que yo nací el Volgogrado en 1947, poco después de finalizar la Segunda Guerra Mundial. Mi padre, Castulo Zulueta y Orbaneja, viajo a Rusia en 1940, al concluir la Guerra Civil en España. Aquí conoció a mi madre. Él prefirió ir a Volgogrado y no a Moscú porque su hermano mayor había emigrado a Moscú en los años treinta, tras fracasar la Segunda República en España. Mi padre deseaba olvidar la política española; en cambio, su hermano nunca dejó de hablar de los asuntos ideológicos y de los partidos políticos. Era un apasionado defensor de la izquierda republicana. Mi padre y su hermano tenían temperamentos opuestos. La madre de ambos -la abuela que no conocí, pero a quien mi padre mencionaba todos los días-, era pariente de Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, un militar que fue dictador en los años veinte, antes de caer la monarquía.

Mi vecino estudiante practica su tosco español conmigo todos los fines de semana. Gracias a él he sabido que ustedes atribuyen a mi padre el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en 1936. Ustedes han tenido la avilantez de afirmar que mi padre se ufanaba de poseer el abrigo de José Antonio; y que este lo entregó antes de morir al que mandaba el pelotón que habría de fusilarlo. Han incurrido en el atrevimiento de llamarle, además, fanfarrón y beodo. Ustedes ejercen un deleznable estilo de periodismo televisivo. Desde los defectuosos encuadres de las tomas, hasta los acercamientos de cámara, todo está torpemente manejado. Les recomiendo -sin costos profesionales- hacer enfocar sus rostros con detalles; para que ojos, cejas y bocas, revelen mejor la expresión malvada y burlona con que difamaron a mi padre fallecido.

Sepan ustedes que nuestra relación con la familia materna del general Primo de Rivera impedía que participáramos en cualquier acción que dañara a su hijo José Antonio, fundador de la Falange Española. El asqueroso dictador fascista Francisco Franco pretendió siempre gobernar en nombre de ese joven aristócrata fusilado. Es por eso que muchos tradicionalistas, santularios y cristeros, se dedican a deshonrar la memoria de los comunistas españoles que marcharon a Rusia. Un compañero de mi padre le contó a él que el día que fusilaron a José Antonio hacia mucho frío. También es verdad que José Antonio usaba elegantes abrigos de costosa confección. Al estallar la Guerra Civil, en 1936, la gente no tenía qué comer ni nada que ponerse arriba. Cualquier miliciano podría haber robado el abrigo a José Antonio al hacerlo preso.

No hay que inventar historias novelescas. Eso de que José Antonio dijera: «fusílenme pronto, apunten bien a la cabeza y acabemos de una vez», es puro cuento, pues nadie que va a morir es capaz de tanta arrogancia. Mucho menos creíble es que dijera: «no hay que herir al abrigo, es preferible que lo use intacto el verdugo». Si es lo cierto que mi padre usaba, en sus últimos años, un viejo abrigo raído comprado en España; y también es verdad que solía beber algunos tragos de vodka, acompañado por ancianos amigos, en la Taberna Gorki de Moscú. Es claro que esos amigos eran en su mayoría españoles y comunistas. Mi padre nació en España; y buena parte de los españoles residentes en Rusia en los años sesenta eran comunistas o excombatientes republicanos del Frente Popular. Pero de esas circunstancias no puede deducirse que él haya dirigido el pelotón de fusilamiento. Existen cientos de tabernas a las que puede acudir un fanfarrón que diga haber estado en el sitio de Troya. Un periodista honrado y cabal no tiene por qué darle crédito, sin documentación y sin tener identificado el abrigo. zulueta_nevski@slavanet.ru Excuse usted mi extremada sinceridad.

henriquezcaolo@hotmail.com

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