Un ferry en Hatillo

Un ferry en Hatillo

ANGEL BARRIUSO
Cuando brotaron los polos turísticos y sus habitaciones hoteleras, se escucharon voces ofertando el turismo interno sobre la base de que los dominicanos tenían que conocer su país. Surgió luego la teoría del turismo de montaña, y Jarabacoa apareció como una luz en el desierto. Reúne las cualidades, se dijo, para atraer al visitante aventurero que gusta del campo. El país ha sido una plaza turística de sol, montaña y playas, y en Jarabacoa siempre hay de las primeras. Hasta que, de pronto, las ballenas son vistas desde cualquier ángulo de Samaná.

Pocos discuten que tenemos las condiciones naturales para competir sin gran esfuerzo con el resto de los caribeños y los centroamericanos, muy a pesar de los encantos de Jamaica, del armónico cantar del “coquí” de Puerto Rico y del guajiro cubano, al ritmo del son y la guaracha.

Debe anotarse que cada país tiene su propio “caché”,  de la misma manera que podemos identificar la personalidad y/o lo auténtico de una persona entre las demás. Por ejemplo, su organización, disciplina y la inversión que hace en la propia imagen.

Puerto Rico es una isla pequeña, pero tiene sus encantos. El viejo San Juan, sus carreteras y su zona hotelera indican niveles de organización e inversión en un producto, en una “marca país” (Puerto Rico, la isla del encanto). Se observa una unidad de conjunto, muy distinto a lo que acontece entre nosotros. Denotamos flaquezas en la visión.

En el nuestro hay gran inversión hotelera; sin embargo, se evidencia la falta de un plan para que podamos vendernos hacia dentro y fuera como un todo. Corrigiendo lo dicho, probablemente hay planes sólo que ausentes de una arquitectura del proceso industrial como gestión de un modelo económico sustentado en los servicios.

Quizás esto explique la razón por lo cual se observa el reflujo en zonas que en determinados momentos constituyeron un excelente atractivo: Samaná, Jarabacoa, Puerto Plata-Sosúa, Río San Juan, Cabrera.

En estos días compartí en Hatillo, Cotuí, con un grupo de amigos del diario provinciano El Observador, donde disfrutamos de un paseo sobre las aguas de la presa. Un ferry nos esperaba, propiedad de un joven que se resiste a abandonar su inversión, pese a las adversidades en su contra.

Recorrer la presa sobre el típico ferry es un agradable paseo, pero llegar hasta aquel lugar es muestra de coraje por el mal estado de la carretera. Aquella empresa, que se levanta aparentemente a puro coraje, requiere de una infraestructura mínima, responsabilidad del Estado, a los fines de crear las condiciones para la reproducción del capital.

Está la presa, hay una pequeña embarcación en buenas condiciones, el ferry de Hatillo, y un inversionista debatiéndose en sus frustraciones porque, consciente de que puede tener en sus manos un gran negocio, sus aspiraciones chocan con una realidad: predicamos la necesidad de inversiones, pero los hechos atajan la reproducción de riquezas y del capital.

He conocido de la experiencia en otros países pequeños como el nuestro, en los cuales el Estado patrocina la inversión, estimulándola con hechos específicos. Si me decido por una crianza de chivos, por ejemplo, el Estado acude a mí y me proporciona asistencia técnica en forma gratuita. Y si mantengo el entusiasmo, el Estado me enseña cómo abrirme paso en el mercado y aprovechar las condiciones internas y externas. Cuando he logrado estabilizarme, el Estado ha ganado. El Estado siembra y cosecha.

 

barriuso7@hotmail.com

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