Un funesto tropiezo democrático

Un funesto tropiezo democrático

Han transcurrido 55 años del tropiezo cívico que el país sufrió cuando el primer intento democrático de contar con un gobierno constitucional, después de la caída de la dictadura, se precipitó por tierra por la ambición de los bisoños políticos y los militares ambiciosos asustados de vivir en democracia.
El profesor Juan Bosch se había juramentado el 27 de febrero de 1963 y de inmediato se inició una tejedura de intrigas y acciones destinadas a impedir la consolidación y estabilidad de un gobierno en un país que acababa de salir de la dictadura de 31 años.
Pese a ese ambiente de conspiración y agitación política, el gobierno del profesor Bosch fue sentando las bases de un mejor país. Afortunadamente se pudo elaborar una constitución mejor, pese al desagrado del sector clerical. Se iniciaron los sorteos entre ingenieros para la construcción de las Villas de la Libertad y se concertó un préstamo con la Overseas para la construcción de las presas de Tavera y Valdesia, el acueducto de Santo Domingo y la planta térmica de Puerto Plata.
Y mientras transcurrían los días del período constitucional, más arriesgados se tornaban quienes buscaban una interrupción democrática con un golpe de Estado que se gestaba desde el mismo momento que el profesor Bosch triunfó abrumadoramente en las elecciones del 20 de diciembre de 1962. En su apogeo las manifestaciones de reafirmación cristiana se celebraban durante el verano de 1963 con gran despliegue y eran abiertamente conspirativas. Se caldeaba el ambiente popular y se aislaba al gobierno cuando ya los maestros declaraban huelgas y a los comerciantes extranjeros se les perseguían para ser deportados.
Los militares acantonados en San Isidro estaban envalentonados en sus posiciones de rechazo al régimen constitucional y rechazaban las disposiciones ejecutivas que cancelaban a algunos militares abiertamente opuestos al régimen civil. El vaso del descontento se iba desbordando cuando los militares protegieron a los que la presidencia había destituido dándole protección en los recintos de la academia y base militar.
Llegó el fatídico mes de septiembre y una mezcla de actividades sociales y agasajos a delegaciones que llegaban como la de México o Estados Unidos trataba de crear un ambiente de distensión a la situación que se iba caldeando cada día. Pese a la presencia de altos militares norteamericanos que en la noche del 24 de septiembre ofrecieron una recepción a las autoridades y sociedad dominicana, la mayoría de los altos militares criollos, se iban concentrando en el ala oeste del Palacio Nacional donde se ubicaba el despacho del ministro de las Fuerzas Armadas. Era para organizar lo que horas después sería el infortunado golpe a la incipiente democracia dominicana.
En el ala este del Palacio se encontraba el despacho del presidente de la República con las oficinas de los demás funcionarios. La misma era un hervidero de nervios, opiniones y medidas que se iban tomando a la carrera a medida que avanzaba la noche. Mi padre, que era el viceministro de la Presidencia, estuvo desde la tarde todo el tiempo junto al presidente abrumado por la situación y le mandó a llamar a Palacio a los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados para convocar a las Cámaras para el presidente presentar su renuncia.
El presidente Bosch, al filo de la medianoche del 24, redactó de su puño y letra su renuncia en breves líneas y se la entregó a mi padre, quien de inmediato se la devolvió diciéndole que su tiempo no había terminado y que el país necesitaba de él en el futuro. En ese momento entró al despacho el ministro Viñas Román avisado por el jefe de los ayudantes militares quien había sido testigo de la escena. Se mandaron a buscar en la primera hora del día 25 a la trulla de militares que estaban en el ala oeste. Ellos marcharon por el largo pasillo hasta el despacho presidencial con una exhibición de armas largas y rostros adustos como si fueran a ejecutar a alguien. En un momento solemne los militares le informaron al profesor Bosch que estaba detenido y su gobierno había sido derrocado por el supuesto bien de la Nación para evitar que cayera en manos comunistas.
Losfuncionarios civiles que estaban allí fueron detenidos y llevados a la tercera planta del Palacio incluyendo a los presidentes de las cámaras que ya habían llegado desde sus hogares, Casanovas desde San Pedro de Macorís y Molina Ureña desde su casa en la capital. Ellos habían acudido avisados por mi padre para discutir con el profesor Bosch la reunión de la Asamblea Nacional. Las puertas del Palacio se cerraron a cal y canto con un refuerzo de los militares en los accesos que evitaban la entrada de civiles que a esa hora de la madrugada del 25 se iban enterando de los sucesos que malograron el primer intento democrático de la Nación. Y colocaron la simiente de lo que ocurriría en abril de 1965.

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