Un gobierno muy caro

Un gobierno muy caro

Lo peor es que no se habla de reducción de los gastos administrativos del sector público. Por eso resulta cuesta arriba admitir que pagaremos más impuestos por la compra de cada galón de gasolina. Nadie en la Administración Pública parece interesarse en el rediseño de la estructura del gasto público. Con una presión tributaria que ronda el 22% del producto interno bruto, vamos en camino de volvernos el gobierno más caro de las Antillas. Y en consecuencia, empobrecer aún más a la población. Porque gravar con tasas tributarias más elevadas a la gasolina, equivale a subir el precio de todo cuanto se mueve con este combustible.

Algunos dirán: existen países en donde el horizonte tributario es más alto. Sin duda. Pero, ¿qué porcentaje de la contribución social es devuelta por esos gobiernos a los pueblos? ¿Cómo se estructura el gasto público en esos países en donde la presión tributaria es mayor? Cuantos leen periódicos y revistas habitualmente, retrotraerán de sus memorias la crisis sueca de cuatro lustros atrás.

Los suecos habían establecido un envidiable régimen de seguridad social. Dominicanos que viajaban a esa nación retornaban admirados por ello. El gobierno sueco costeaba escolaridad, salud y previsionalidad post laboral a sus habitantes. En realidad, la población pagaba por todo ello. La presión tributaria era, y es, de alrededor del 40% del producto interno bruto. Un día, cuatro decenios atrás, a los políticos se les antojó elevar los niveles del gasto público corriente. Deseaban, por esta vía, impulsar, aún más, el crecimiento.

Eran, aquellos, los tiempos en que los sabios recomendaban el crecimiento inducido por el gasto público. Las cuentas públicas destinadas a personal y otros gastos administrativos llegaron a cerca del 50% del producto interno bruto. La economía se estancó. En vez de crecer, se retrajo. Y el resultado fue que, pese a la alta presión tributaria, los ingresos públicos se redujeron. Las finanzas del Estado hicieron crisis. Y los suecos cayeron en cuenta de que debían modificar el proceso emprendido.

Iniciaron, como entre nosotros tantas veces desde el decenio de 1980, una reforma fiscal. Pero ellos, de verdad. Redujeron drásticamente los niveles de gastos corrientes. Impulsaron la inversión pública para relanzar la economía de producción. Modificaron niveles y objetivos del sistema de seguridad social, manteniendo la esencia de éste. Y pusieron a flote a Suecia, de igual modo en que sus antepasados vikingos ponían a flote sus naves.

Vale la pena estudiar en detalle lo que en forma somera evoco en estas líneas. Y no sólo este ejemplo, sino las vivencias de otros países que hicieron caros a sus gobiernos. Y debido a ello, quebraron las economías nacionales. Por esta razón lamento que se hable de nuevos tributos en vez de exponer un plan de reducción de gastos públicos inexplicables.

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