Un gran pastor

Un gran pastor

Luis Quinn, pastor que predicó la solidaridad humana con el más convincente de los ejemplos,  se ha marchado del mundo terrenal pero se queda en cada surco y en cada obra, en el fértil valle y  en las escarpadas lomas de San José de Ocoa.

 Si una cualidad extraordinaria tuvo este hombre fue no haber permitido que su  prédica de la doctrina cristiana se quedara entre las paredes del templo.

Siempre prefirió convertir su oración en verbo y aliento que multiplicaba en el campo, entre sus hombres y mujeres, para enseñarles a defender sus derechos y mitigar sus necesidades.

Sus convicciones comprometidas con la defensa de los agricultores lo llevaron  a sostener acres y descarnadas confrontaciones con varios gobiernos, particularmente con los de Joaquín Balaguer, en la época en que se sucedió a sí mismo en varios períodos de mandato.

Era hombre que sabía manejarse entre sus prójimos haciendo valer  la verticalidad de su carácter y la ternura de su trato. Fue intransigente cuando transigir significaba sacrificar el más mínimo de los derechos humanos.

El padre Quinn nació en Inglaterra el 12 de enero de 1928 y a los cuatro años de edad su abuelo lo llevó a vivir a Toronto, Canadá. Se ordenó sacerdote en 1953, en el seminario de los padres Scarboro. En el país inició su labor pastoral en Padre Las Casas, Azua, en la década de los años 60, y luego fue trasladado a Ocoa.

El pastor se quedó junto a su rebaño a través de sus obras y el ejemplo. Jamás se irá del fértil valle y la escarpada sierra de San José de Ocoa, ni del corazón de los dominicanos.

Paz a sus restos.

Boca Chica

De apacible poblado, Boca Chica ha pasado a ser un punto de concentración de riesgos y vicios, drogas y perversión, crimen y complicidades por omisión y también por comisión.

El asesinato de dos turistas italianos y las heridas a otro son reveladores de la descomposición que se ha adueñado de este pueblo.

Esos crímenes son más bien la reafirmación del estado de inseguridad que existe en la zona por la multiplicación de la delincuencia y el tráfico y microtráfico de drogas.

No se sabe cómo, pero la autoridad y el delito coexisten allí de una manera que se nos antoja más armoniosa que lo que permiten el sentido común y las leyes.

Es lamentable, pero del mismo modo que la actividad turística ha sacudido la economía  de Boca Chica,  ha traído también grandes males, como prostitución y pornografía infantil, tráfico y consumo de drogas, asaltos, robos, crímenes y cosas por el estilo.

Nos parece que es hora de ir pensando en insertar a Boca Chica y comunidades vecinas en el Plan de Seguridad Democrática.

Hay que llevar allí autoridades dispuestas a prevenir y combatir el crimen con más ahínco, con más determinación.

El Gobierno debería tomarle el pulso a lo que está pasando en esa comunidad y trazar planes que permitan conjurar o mitigar la situación.

El asesinato y las heridas contra tres italianos es una cuenta más en el rosario delictivo que ha anidado en Boca Chica y sus periferias.

Esto atenta contra los propósitos de atraer turismo de más calidad que el que actualmente se acoge.

Hay que rescatar a esta comunidad.

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