Un grito desesperado pero estimulante

Un grito desesperado pero estimulante

 TEOFILO QUICO TABAR
La situación económica en nuestro país es tan confusa y los niveles de ingresos son tan chocantes y contraproducentes, que como grito al cielo decía un sacerdote, que la composición social dominicana se simplifica entre los pocos de la clase alta que están muy bien, una minoría acomodada de funcionarios y allegados recibidores de prebendas y la mayoría del país que está mal.

 Según su criterio, dentro del gran paquete de los que están mal figuran los indigentes, los pobres, los pensionados, los empleados, los chiriperos y los que se llamaban clase media que ya no se sabe si realmente son de los que sobreviven o han pasado a formar otra capa de los que viven más o menos mal, porque ya no se puede decir más o menos bien.

Ese grito que se podría definir de desesperación, ante la crudeza que se vive en los diferentes barrios o sectores del país, por las calamidades que padece la gente en cada situación, sea porque lo que ganan no les alcanza, porque no tienen trabajo, porque no tienen cómo enfrentar las enfermedades o porque realmente no pueden comprarle los requerimientos para que los muchachos puedan ir a las escuelas, repercute en los religiosos que conviven con los problemas sociales de las mayorías.

Llama mucho la atención por esa clasificación social tan natural, humana y sencilla, expuesta por un hombre dedicado en cuerpo y alma a los problemas del prójimo, producto del conocimiento que tiene de las personas con que trata, no solo con los problemas de orden espiritual, sino que conocen a fondo lo que tienen, les sobra o lo que les falta.

Solo ese conocimiento tan claro y profundo de la situación que se vive en los barrios y de los problemas del diario vivir de la gente, es capaz de producir un grito tan alarmante pero tan estimulante y vivificador, porque coloca a los pocos conscientes, en ánimo para retomar fuerzas en la lucha por la justicia social que tanto alardeó nuestra generación dirigente. Algunos continúan dando señales de existencia, pero que lamentablemente la mayoría de los llamados «revolucionarios y voces en defensa del pueblo», se acomodaron a los estilos de los nuevos ricos y a las costumbres de los que pagan para que nada se cambie y todo calle.

No se si el religioso, que en medio de su grito expresó que mientras en países donde la gente no se acuesta y se levanta con problemas de comida, de medicinas y hospitales, de empleo o de recursos para poder enviar los muchachos a las escuelas, los funcionarios ganan dos y tres veces menos que aquí, pensó en ese momento en lo que diría la cúpula defensora del statu quo.

Por eso tal vez con mucha sinceridad dijo que prefería no continuar hablando de cosas que le irritaban al extremo de revoltearle las tripas, ya que podría mal interpretarse, porque no se trataba de un problema con alguien en particular, sino contra un sistema que prefiere callar a reconocer que no andamos por el camino de lo correcto, porque las familias aumentan sus calamidades, la pobreza crece, la corrupción campea con el agravante de que los organismos encargados de controlarla no tienen la suficiente fuerza moral para ello, sino que cuentan con el beneplácito de una cúpula complaciente.

Luego de escuchar ese grito aunque en voz serena y acompasada de una persona del pueblo entregada a las cosas de Dios, nos da mucho más fuerza para recalcar lo que hemos insistido, de que los problemas sociales que vivimos son mucho más grandes de lo que la propaganda y las influencias de los sectores poderosos permiten difundir.

Cuando la cabeza no anda bien, el resto del cuerpo corre la misma suerte. Cuando la cúpula de una nación no anda bien, el resto del cuerpo social correrá la misma situación. Por tanto, la descomposición moral, el desorden, el derroche, la pobreza y el descuido que se exhibe en el país, dan claras señales de que no andamos por buen camino. El pueblo como el religioso puede explotar en cualquier momento.

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