Un Haití sin Aristide

Un Haití sin Aristide

ANTONIO GIL
Aristide, como toda la clase gobernante haitiana, es y ha sido un factor de atraso, corrupción y destrucción de Haití. Sería un error para las Naciones Unidas y para la Organización de los Estados Americanos darle sentido a los planteamientos que reclaman a Jean Bertrand Aristide como un interlocutor fundamental para la estabilidad de Haití. Aristide y los que son y han sido como él deben ser erradicados de los organismos de decisión en esa nación, porque es evidente a todas luces –y basta una corta lectura de la historia –que Haití necesita un cambio radical en la forma que ha sido gobernado en los pasados 200 años.

La comunidad internacional, que ahora lo tiene intervenido, debe aprovechar y no debe abandonar a ese pueblo infeliz en las manos de sus gobernantes tradicionales.

Con poco esfuerzo de los organismos mundiales ese pueblo, antes de soltárselo a sus tradicionales depredadores, debe ser educado y puesto en condición de vivir democráticamente.

Ya que se metieron en Haití con fuerzas militares, deben cambiar el destino de ese pueblo. Cuando  me refiero al pueblo indico al hombre que le niegan todas las oportunidades y lo ponen a tirar de carretas como si fuera un caballo y que desnudo no tiene la sombra de un árbol que lo ampare ni un pequeño arroyo donde tomar agua o asearse porque los depredadores se llevaron todo. Jamás he considerado haitiano –y que perdonen mis amigos haitianos, pero que saben como pienso– a esos encorbatados que hablan francés y se hacen los bien educados mientras patean a los más pobres. Cuando digo patean lo digo literalmente porque hay mucha gente fuera de Haití que desconoce que esas diferencias sociales permiten a unos pocos realmente patear y hasta matar a “los de abajo” sin tener motivos, únicamente porque se sienten imbuidos de la autoridad del Kan. 

Será un abuso de los organismos mundiales abandonar a Haití en manos de quienes lo han destruido, y malgastado su gente y sus recursos naturales.

Nadie en los organismos de decisión del mundo puede ignorar que en Haití es imposible que funcione la democracia mientras el 99% de su gente desconozca el abecedario en cualquier idioma o tenga la posibilidad de adquirir las mínimas informaciones para sobrevivir en la economía actual.

Será un descrédito para los organismos mundiales permitir que líderes como Aristide –y no me refiero a él personalmente sino a lo que representa y gente como él ha representado –vuelva a decidir por el pueblo haitiano, negándole los elementales instrumentos para la libre expresión, como es la información primaria de saber leer y escribir.

Gente como Aristide y los que han gobernado a Haití siempre han despreciado a los dominicanos alegando patriotismo, pero en realidad lo que han temido es que su pueblo pueda educarse y, por tanto, adoptar las actitudes ariscas y de incontrolable rebeldía como las que tiene y ha tenido el pueblo dominicano aún bajo los regímenes más adversos. Quieren un pueblo sumiso, sin capacidad para reclamar y, en consecuencia, fácil de podar cuando brotan las insatisfacciones, como lo han tenido hasta ahora.

Por estas razones, en el pasado reciente, Aristide como gobernante rechazó la reintegración a esa sociedad de los haitianos del pueblo llano, no de la clase gobernante, que habían vivido mucho tiempo en la República Dominicana. Sus conocimientos, adquiridos entre los dominicanos, los hacían un factor de cambio social indeseado.

Haití debe ser asistido y la República Dominicana debe impulsar esa asistencia para ayudar al pueblo –no a los explotadores y destructores tradicionales del haitiano– a  salir de la ignominiosa tiranía que con ropaje democrático ahora quieren establecer algunos sectores de los organismos internacionales para escurrir el bulto frente a la responsabilidad que asumieron cuando lo invadieron.

El pueblo llano, educado en los conceptos occidentales y de democracia, debe generar los líderes que puedan enfrentar a los depredadores que han demolido al pueblo haitiano.

Esos interventores deben hacer un trabajo completo para que puedan escabullirse con alguna decencia o, cuando menos, para que ese capítulo se pueda escribir en la historia con algo de luz.

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