UBI RIVAS
Finalmente, el día cinco del presente mes de noviembre, luego de una porfía con la parca por 25 días, nos deja huérfano de su presencia física y de su recia contextura de lord de la conducta, mi entrañable e irrepetible Ramón Alberto Font Bernard.
Es una de las pérdidas de mis sentires más agudas y profundas que he sufrido en mi existencia, conjuntamente, aparte de mis familiares, con Gregorio García Castro, Orlando Martínez, Papito Rivera y su hermano Luis y su esposa Casandra, Rafael Herrera Cabral, Antonio Guzmán, Washington de Peña, Sigfrido Objío, general Víctor Elby Viñas Román y su primo Juan Miguel Román Díaz, Emilio Rodríguez Demorizi, Vetilio Alfau Durán, entre otros grandes afectos.
La pérdida invaluable de Font Bernard la precisé en una crónica de una muerte anunciada prematuramente en mi entrega a HOY del día ocho del presente mes, cuando expuse todo el caudal emotivo que concretizaba Font Bernard como gurú y ayatollah de la peña que lideró por más de dos décadas primero frente a la puerta de su biblioteca-estudio, luego frente a la puerta de entrada de su hogar y finalmente contiguo a su casa, que es la de su vecino y entrañable hermano afectivo, el historiador y escritor Fernando Infante.
Cada quien, cada tarde, en la transición entre el día y la penumbra, la llamada hora gris, acudíamos como un rito, como al conjuro de un chamán, que eso era lo que fue Font Bernard en los fastos del saber, la cultura y la vivencia, a reunirnos allí, en esa peña sosegada, en la que pretendimos siempre bruñir con la lija de la palabra, las reconditeces no publicadas, de infinidad de recovecos de la historia patria, universal, la literatura y la poesía, en un concierto de repentismo, ocurrencia, pase de memoria, realmente edificante, suculento, nutritivo, vivencial, inigualable e incomparable. Riquísimo.
En esa cita ferpertina, Ramón Alberto Font Bernard era el sumo pontífice y el discurrir de los temas no era completo hasta su llegada.
Cuando se exponía un tema, cada quien expresaba su dominio sobre el mismo, y el resto escuchaba en silencio, porque hay un tema que no todos dominamos por igual y sí uno más que los otros, y entonces nos nutríamos, idénticos a como cuando acudíamos a las aulas, que no solamente escuchábamos al profesor, al maestro, sino la exposición de los alumnos en las clases que se aprendían unos más que otros.
Pero la referencia más escuchada, más ponderada, más diáfana, de mayor enjundia, inobjetablemente era la de Font Bernard, por lo profundo de su contenido, por el aforo grandote de sus vivencias, por la forma sosegada de sus exposiciones y por el mensaje de consenso con el cual siempre concluía sus ricas narrativas.
Aunque debutó como empleado sin muchas rimbombacias en la Era de Trujillo y fue un cortesano para prodigar el bien en la Era Balaguer, en realidad Font Bernard fue un civilista de raigambre por convicción, un cultor de la excelencia en el manejo de la cosa pública y prueba al canto es que su última Sabatina en HOY el 07-10-06, apenas cinco días luego de su caída de salud por un problema de irregularidad sanguínea, a sus 87 años, lúcido, aptísimo para el fogueo intelectual, pródigo para no pocos, a quienes siempre distribuyó una parte apreciable de sus ingresos, sin que muchos lo supiéramos, discreto, solidario, un imperativo insoslayable de su gran nobleza estructural para rendir culto al civilismo.
Américo Lugo instituló su última Sabatina a HOY, y como si quisiera grabar un eco de su propia conciencia impoluta, buenota, proclive siempre al bien, extrajo una consideración de valor del Duque de Alba, cuando sentenció: “El aristócrata es aquel que de suyo y sin presión de nadie, toma sobre sí más deberes que los demás”.
¡Es la radiografía de Ramón Alberto Font Bernard que practicó con el ejemplo siempre y hasta el último suspirar de su vida grata, plena, enjundiosa de prodigalidades materiales y espirituales, de cultura suculenta, de buen decir que fluyó como el veneno refrescante de su palabra enalteciente! ¡Nos veremos en otra dimensión, amado hermano y padre afectivo inolvidable! ¡En otra peña eterna!.