Un hombre de mística

Un hombre de mística<BR>

No puede leerse a Mateo Morrison, no degustarse su poesía, al vuelo, como el que se desplaza sin intención de búsqueda. Para leer a Mateo Morrison hay que internarse en su realidad, en su mundo cuestionante que alberga aconteceres y sueños dispersos, hay que afincarse en su herencia propia, en sus desvelos personales, en sus siembras y sus sombras, y llegar hasta sus hondonadas de espuma y barro, y entonces descubrir sus signos, sencillos, breves, pero igualmente profundos y hermosos.

En su poesía, como en un texto vital suyo titulado “Nocturnidad del viento”, Morrison se asoma a su propio rostro, se interna en su propio espejo macerado de espacios vivos en su memoria, y hace la biografía de su heredad bajo los significantes agudos de la propia luz que la ilumina o de la propia oscuridad que la ennoblece. Las raíces de esa heredad están allí, junto a los retoños y junto a los vacíos que la existencialidad del rostro ha creado. El poeta se retrata en una maternidad que rememora tristezas o en el centro de una paternidad que convoca desafíos, promesas, dolores:  no había dolor que no tuviera en mis adentros/ ni brisa que no me circundara.“Mateo Morrison tiene una voluntad citadina y su mayor querencia es la noche. Nocturno por vocación, el poeta encuentra en las sombras de la noche el eco de sus propias evocaciones. Morrison expresa así su fidelidad a una poesía que le permitió alumbrar su destino de hombre y de creador, una poesía breve, seguramente sencilla, que se viste de colores para salir a las calles a proclamar su dolor junto a su alegría de vivir. Poesía que desplaza ternuras en un escenario de brevedad profunda”.

La ciudad y el asombro circunvalúan el rostro y la sombra asfixia su libertad. Hay un “reflejo de múltiples jornadas” y un viento de “tedio indescifrable”, pergeñando sus vacíos. El poeta desnuda su eje vital, descubre sus debilidades, llama al ruedo a deidades lejanas: Africa resuena, no en el tambor del Dahomey sino en la cotidianidad que expresa ante él sus duelos y hace las memorias de sus veleidades.

Somos los mismos
con nuestra hambre,
nuestro llanto,
nuestra muerte
y nuestra fe. /(“Somos los mismos”)

He ahí al poeta de 1973, vigente hoy como todo profeta, digamos, como todo buen poeta que ha hecho de su canto profecía.

La tierra que nos reveló el poeta hace ya tantos años, sigue viva. Ha crecido como reflejo de lo que somos.

Nelson Alejandro, aquel “niño de la poesía, a quien la voz paterna alerta contra el mundo de las desigualdades creadas por el hombre”, en memorable anotación poética de Franklin Mieses Burgos, ha crecido como hombre y como ciudadano de otra época, y con él, la heredad filial ha hecho sus caminos sobre los vientos y los sueños de nuevas verdades y de nuevos retos.

El mundo de la poesía de Mateo Morrison sigue vigente, como seguirá vigente el deseo humano por superar la miseria, por crear formas de reconciliación con las ideas que germinaron sobre el esqueleto de los viejos tiempos. Como seguirá vigente la rebeldía, el honor, la fe y el amor.

Admirado poeta:

En esta noche de gloria para tu trajinar poético y para tu recia mansedumbre de poeta de grandes aciertos y sencilla palabra de hondos sentimientos, permíteme saludarte con tus propios versos:

Que la poesía sea tan sincera,
que este apretón de manos
sea también poesía
.

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