Un hombre decente

Un hombre decente

Cuando le preguntaron a Noam Chomsky si era religioso dijo que era una persona corriente, que intentaba ser  un ser humano decente. “Imagínese que va caminando por la calle y ve a un niño sentado en la esquina, en harapos, con un trozo de pan en la mano, y usted tiene hambre. Mira alrededor y ve que no hay ningún policía.

¿Le quitaría usted ese trozo de pan al niño? Si alguien hiciera eso sería un lunático patológico. Pues eso es lo que hacemos todo el tiempo en el mundo e intentamos no verlo. Yo le digo: véalo y no lo ignore”

(Los intelectuales) “Ese tipo de gente es muy arrogante. Creen saberlo todo y son muy peligrosos cuando se acercan al poder. Las razones son obvias. Si cometen un error, tienen un serio problema, porque sólo se les ha dado un puesto en el poder por su supuesta inteligencia y su competencia. Entonces, ¿cómo pueden cometer un error? Por eso, tienden a perseverar en sus errores, en insistir en que ellos tenían razón”.

 

Hace unos días leí en El Listín Diario un comentario sobre Fundación Global por haber traído a Noam Chomsky al país. En realidad, el columnista  señalaba la contradicción del gobierno y de la Fundación por haber traído a ese intelectual declarado crítico de las políticas del imperialismo norteamericano.

Recordé las palabras de Edward Said al recibir el premio Príncipe de Asturias,  en el año 2002, poco antes de morir de leucemia y una serie de entrevistas a Chomsky precisamente acerca del papel de los intelectuales, en la sociedad y al servicio del poder.

 En el año 2001, en los periódicos Universal y La Nación de Méjico, el periodista Heinz Dieterich Steffan mantuvo una entrevista con Noam Chomsky sobre el papel de los intelectuales.

El artículo se titula “Los intelectuales¿Críticos o servidores del poder? y ponía a Chomsky a reflexionar sobre el papel que sus colegas cumplen cuando, en vez de ejercer la crítica social y política, pasan a formar parte del gobierno de un país.

Contó su experiencia en los Estados Unidos, con el gobierno  de John Fitzgerald Kennedy, que se rodeó de una corte de figuras de gran prestigio y fulgor tanto del mundo cultural, científico como artístico. Para él fue una experiencia negativa porque: “Temerosos de equivocarse, cautivos de su prestigio, los cerebros más destacados de una nación, convertidos en funcionarios, demostraron una nociva rigidez”.

Cuando el periodista le preguntó  cómo definía a un intelectual y qué papel debían cumplir  explicó que: “un intelectual es simplemente toda persona que usa su cerebro. Todo el mundo usa su cerebro, pero, más allá de ese uso necesario para la supervivencia, hay actividades que se refieren a la opinión pública, a asuntos de interés general. Yo no llamaría intelectual a alguien que traduce un manuscrito griego, porque hace un trabajo básicamente mecánico. Hay quizás pocos profesores que puedan llamarse verdaderamente intelectuales. Por otra parte, un trabajador del acero que es organizador sindical y se preocupa por los asuntos internacionales puede muy bien ser un intelectual. La condición de intelectual no es el correlato de una profesión determinada. Hay alguna relación entre gozar de ciertos privilegios y tener posibilidades de actuar como un intelectual. No es una relación muy fuerte, porque mucha gente privilegiada no hace nada que pueda considerarse de mérito intelectual y, por otra parte, mucha gente sin privilegios es muy creativa, reflexiva y de amplios conocimientos”.

La administración de John F. Kennedy suponía la inauguración de una nueva era de las luces y una variopinta clase de intelectuales de Cambridge fue para allá; “algunos para convertirse en miembros del gobierno, otros para ser asesores y otros para almorzar con Jackie Kennedy. Efectivamente, lograron un grado de poder de decisión que es inusual. Tenían varios nombres para describirse. Uno que usaban con orgullo era los “nuevos mandarines”. A partir de ese momento, inteligencia y conocimiento iban a servir y ejercer el poder, cosa que se haría de manera apropiada. También se describieron como “intelectuales de acción” (action intellectuals), porque no eran simplemente académicos de la torre de marfil. Se consideraban intelectuales brillantes que iban a comprometerse en los asuntos reales del mundo. Se trataba, esencialmente, de intelectuales liberales”.

No titubeó en decir que la participación de los intelectuales en el poder  depende de la integridad del mismo. “Si quieres mantener tu integridad, generalmente serás crítico, porque muchas de las cosas que suceden merecen críticas. Pero es muy difícil ser crítico, si uno forma parte de los círculos de poder. Por lo general, la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fuerzas populares que tratan de mejorar las cosas. Pero ése es el tipo de intelectuales que, como el socialista estadounidense Eugene Debbs, terminan en la cárcel”.

Kennedy y los intelectuales quedan sintetizados en éste párrafo: “Cuando los intelectuales públicos y académicos se congregaron en Washington con Kennedy, extremadamente entusiastas y orgullosos de sí mismos, mi visión fue que eso iba a ser un desastre total, porque la lección histórica respectiva es muy clara. Ese tipo de gente es muy arrogante. Creen saberlo todo y son muy peligrosos cuando se acercan al poder. Las razones son obvias. Si cometen un error, tienen un serio problema, porque sólo se les ha dado un puesto en el poder por su supuesta inteligencia y su competencia. Entonces, ¿cómo pueden cometer un error? Por eso, tienden a perseverar en sus errores, en insistir en que ellos tenían razón”.

Cuando Heinz Dieterich Steffan le preguntó cómo debían de ser los estándares morales de un intelectual, más altos que los de una persona común, porque tiene más acceso al poder su respuesta me recordó unas palabras de Edgard Said.

Chomsky dijo:”Cuanto mayores sean tus privilegios y autoridad, mayor será tu responsabilidad moral, porque las consecuencias predecibles de tus actos serán también mayores. En la medida en que la gente que se dice intelectual, séalo o no, sea capaz de influir y decidir sobre condiciones que determinan los acontecimientos reales, en esa medida, su responsabilidad crecerá.

Radical afirmó que: “Los intelectuales son quienes escriben la historia, los que presentan las imágenes del presente y del pasado. Para ser más preciso, me refiero a los intelectuales que se llaman “intelectuales responsables”. Los disidentes no escriben la historia. Por ejemplo, Walter Lippman se describía orgullosamente como uno de los “hombres responsables”. Eugene Debbs, el personaje principal del movimiento obrero estadounidense, candidato a la presidencia por el Partido Socialista y un crítico de la Primera Guerra Mundial, estaba en la cárcel. Y a Walter Lippman nunca se le ocurrió preguntarse ¿por qué soy yo una persona responsable y Eugene Debbs está en la cárcel? ¿Soy yo más intelectual que él? Y la respuesta es no, están simplemente de diferentes lados de la barrera. Si estás del lado del poder y de la autoridad, puedes entrar en el círculo de los intelectuales responsables. Si eres un crítico y un disidente, la tendencia es que te traten duramente.”

Incluso la imagen de cómo actúan los intelectuales tiende a ser halagadora y narcisista(…) la mayor parte del tiempo, los intelectuales son aduladores del poder y en su  mayoría son servidores”.

Edgard Said, un año después de esta entrevista, en su discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias parece responderle: “ Como americano que lleva una vida de privilegio y estudio en la universidad de Columbia, donde he tenido una suerte enorme en mi vida de profesor, llegué a comprender muy pronto que tenía que elegir entre olvidarme de mi pasado y de los muchos familiares que se convirtieron en refugiados sin hogar en 1948, o dedicarme a paliar los efectos de los traumas producidos por el sufrimiento y despojo, escribiendo, hablando, dando testimonio de la tragedia de Palestina.

Me enorgullece decir que elegí este último camino y con él la causa de una política norteamericana no militarista y no imperialista”

Honestos, preparados, inteligentes, combativos, Edgard Said y Noam Chomsky son la contracara de esos intelectuales arrogantes y rígidos casados con el poder. Son tal vez la receta para crear “un hombre decente” y la prueba para nuestros pobres países  serviles y genuflexos de que hay otro camino posible para los intelectuales de nuestro patio.

Para consultar las entrevistas completas: México, 2001
El Universal y LA NACION

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