Un jaleo intencioso

Un jaleo intencioso

En cuanto voy a plantear me sumo a Bonaparte Gautreaux Pineyro. A poco de que se anunciasen los resultados de los comicios del pasado día 16, dirigentes nacionales perredeístas proclamaron que hubo fraude. Kabito contempló aquella jarana de parte de esa organización partidista, cercana a sus emociones. Escribió para recordar que los dirigentes no trazan metas con posterioridad a los eventos. Los verdaderos dirigentes actúan de tal modo que causan los sucesos o conducen éstos por las vertientes del interés que los anima.

Recordé a Granada. Bueno, en realidad mi memoria volvió a Joaquín Balaguer, tras la derrota electoral de 1978. Ocurre que topeté, un tiempo antes de aquellos célebres comicios, con el trasiego de votantes al que el doctor Marino Vinicio Castillo llamó luego trastueque electoral. Hacia principios del mes de febrero de dicho año acudí al Palacio Municipal de Luperón a disertar sobre los días de Duarte en Puerto Plata. En la tarde visité la biblioteca del Municipio, a la cual la Biblioteca Nacional donaba unos volúmenes de la colección Austral.

Justo en la tarde, durante la visita a la biblioteca, recibí en ella a la esposa de un ganadero amigo, establecido en El Estrecho. A éste le habían robado sus documentos. Solicitó y obtuvo reexpediciones. En diciembre anterior, a pocos días de la Navidad, alguien fue a “venderle” sus documentos perdidos. Los había hallado, dijo quien los devolvía, junto a la cerca de una finca en Cambiaso. Curioso, mi amigo comparó sus documentos originales contra las reexpediciones. Notó numeraciones diferentes en el registro electoral. A pedirme una explicación por ello, acudió aquella tarde la esposa.

En la noche, al salir de mi conferencia llevé conmigo los documentos para sacar fotocopias en Puerto Plata. Por la mañana los devolví, durante el retorno a Santo Domingo. De aquellas diferencias, copias en mano, le hablé a Balaguer. Remitidas a don Manuel Joaquín Castillo por don Polibio Díaz, se determinó que, al procesar el registro se incurrió en una falta mecanográfica. Hasta el 16 de mayo en la noche, en que el ganadero me llamó para decirme que no encontraron, él y otros votantes, dónde ejercer el sufragio.

A la mañana siguiente visité a Balaguer. En medio del torbellino, despertó su curiosidad. Llamé al amigo a Luperón y él le habló de todos los abstinentes forzosos. La Junta Municipal Electoral no dio con él y muchos otros votantes el día anterior. La frase que pronunció Balaguer en nuestra despedida, habría de pronunciarla poco después. “¿Recuerda a Boabdil?”, me preguntó. Y a seguidas, sin esperar respuesta, con vehemencia, dijo: “¡Lloran como mujeres lo que no supieron defender como hombres!”. 

Kabito me lo ha recordado. Aunque ahora la acción es más sutil. Dirigentes locales han pedido marcar las boletas de una determinada manera. Del conteo y visión de esa marca particular por el delegado de mesa, han dependido realidades actuales y promesas futuras. ¿Quién descubre eso? ¡Ni el médico chino! Boabdil ha vuelto a llorar en las puertas de Granada.

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