La pequeña Stephanie tocó el grito y corrió a refugiarse en la falda de abuelita Sila. En Suiza nunca vio un lagarto y este le anduvo demasiado cerca. Abuelita le explicó que los lagartos de Moca no muerden ni molestan a las personas. Sólo comen mosquitos y limpian de alimaña los rincones de la casa. Abuelita le propuso ponerle un nombre al pequeño reptil y darle comida y agua, lo que la niña hizo en sendas tapitas de coca-cola. Lo llamó Tito, y así empezó una metamorfosis inversa a del drama kafkiano, en el cual, por la falta de amor, el personaje termina siendo un insecto despreciado.
Las abuelas del Cibao saben que el nombre es una bendición, que cada palabra dicha a un niño es una profecía: serás un gran hombre, una niña bella; así como Principito, cuidan con amor las rosas y los niños. Saben que los perros conocen a las gentes por la voz y el olor, y que bautizan callejones y patios con sus orines; que algunos animales saben si somos buenas o malas personas porque ven nuestras almas, aún las en pena de los difuntos. Abuela le enseñó a Stephanie que una palabra amable da vida a una persona, como Jesús a Lázaro; a un sapo convierte en príncipe; o al príncipe en sapo, con tan solo una palabra malvada. Por lo que Jesús no quiere que digamos palabras feas e insultantes que conviertan al prójimo en gusarapo (Mateo 5.22).
Tito se excitaba gozoso con ese sonido exclusivo para él, su nombre, que lo declaraba vivo oficialmente, pronunciado con afrancesada ternura por los labios de Stephanie. Lagar-Tito sabía que la niña lo amaba, igual que aquel lobo hermanado con Francisco de Asís. Lo sabe el encantador de perros de Animal Planet. Dios manda que amemos a toda su Creación, no únicamente de los animales, prefiriendo perros y gatos por no saber amar a sus semejantes. Como hay quienes aman a la humanidad y a los valores, en abstracto, porque se resisten a amar a Dios y al vecino. Especialmente a los que desviven en la miseria y la ignorancia en nuestros barrios a los que nunca vamos.
Es paradoja que resulte más fácil confiar o ayudar a un extraño porque así no creamos compromiso ni damos cabida a los prójimos cercanos. El claretiano García Andrade nos propone una pedagogía de la unidad y del amor. Que rompa todo prejuicio y temor, toda barrera étnica, de clase y de frontera. Stephanie Hensch-Joaquín, hoy una hermosa muchacha suizo-dominicana, escritora y poeta, posee cinco idiomas, todos para bendecir y amar. Preparada y con deseo de ayudarnos ser mejores humanos y ciudadanos.