Así tituló Giovanni Ferrúa su creación artística representando el rostro de Jesús crucificado. Sorprende porque únicamente usando líneas rectas y curvas se produce el milagro geométrico de crear un rostro tan impactante y conmovedor que al observarlo nos inspire a la oración y a la meditación.

Al menos, esa fue mi reacción cuando al contemplarlo por vez primera hube de dedicarle un «Padre Nuestro». El rostro tiene como fondo el simbolismo de la cruz. La corona de espinas está formada por siete equis, número recurrente en episodios bíblicos. Las proporciones del cuello representan la fuerza de su ministerio. El rictus de su boca y sus ojos cerrados indican resignación y paz. Una gota de sangre plasma el sufrimiento, y una gota de lágrima su amor al dejarnos.

El formato original, de pequeña dimensión unas 5 06 pulgadas cuadradas, lo conserva su familia. Estos dibujos, creados para una exposición en 1974 fueron hechos en un papel que no resistía el paso del tiempo y varios desaparecieron. Decidí darle una sorpresa a Giovanni rescatando tres de sus obras; «Padre e hijo», «Madre e hija» y «Ecce Homo», este último en formato heroico. Invité a su autor a verlos. ¡Quedó tan impresionado que se brindó a estampar su firma en ellos! Estoy planeando exhibirlos por algunos días en los salones del periódico HOY como tributo póstumo a su recordado columnista.

En el campo de la poesía Giovanni prefería los poemas clásicos rimados. Me honró publicando varios de mi autoría en su columna. «Un Hombre Solitario», dedicado a Jesús, apareció durante su última Semana Santa. Como recordatorio, les entrego un pequeño poema que de seguro Giovanni hubiera querido publicar en esta cuaresma.

[b]EL CRUCIFICADO[/b]

Estando arrodillado

al pie de un crucifijo

pregunté a Nuestro Señor

por qué debió su hijo

en una cruz morir…

El Cristo entreabrió sus ojos

y amorosamente dijo:

«porque con mis brazos abiertos

le recuerdo al mundo entero

que así de grande es mi amor,

que así de mucho los quiero!».