Un libro de Bernardo Vega describe el fracaso de la invasión de Penn y Venables

Un libro de Bernardo Vega describe el fracaso de la invasión de Penn y Venables

El presidente de la Academia Dominicana de la Historia, el licenciado Bernardo Vega, ha sumado a su vasta producción historiográfica una nueva obra titulada “La derrota de Penn y Venables en Santo Domingo, 1655”, que versa sobre la fracasada invasión inglesa a la isla de Santo Domingo, la cual formó parte del grandioso plan de conquista conocido como The Western Design (El plan occidental), que ponía en el punto de mira de Londres a las Antillas, Cartagena de Indias y otras posesiones españolas en el Caribe y Centroamérica.

Con tal propósito, se organizó una poderosa expedición, ordenada en 1655 por Oliverio Cromwell, Lord Protector de la Commonwealth de Inglaterra, Escocia e Irlanda, la cual fue encabezada por el almirante William Penn y el general Robert Venables, que si hubiera resultado exitosa nos habría convertido en una colonia inglesa en el Caribe, como luego ocurrió con Jamaica. De ahí la importancia de indagar las causas que hicieron posible la epopeya hispano-criolla –a pesar de la superioridad bélica británica–, para que la Española permaneciera bajo la égida metropolitana de la Madre Patria durante aquellos convulsos años en que a ambos lados del Atlántico se debatía, con una gran hostilidad, la hegemonía entre una España ultracatólica y una Inglaterra antipapista firmemente protestante, aguijoneadas ambas por las rivalidades dinásticas y la competencia económica, comercial y territorial.

“La derrota de Penn y Venables en Santo Domingo, 1655”, que ha publicado recientemente el licenciado Vega con el sello editorial de la Academia Dominicana de la Historia es, pues, una crónica comentada de la imponente invasión inglesa a la Española a mediados del siglo XVII, cuyo humillante desenlace para los británicos ha quedado inscrito en los anales de la historia insular como prueba fehaciente del arrojo de los criollos dominicanos para mantener sus raíces hispánicas y la determinación de defender el territorio bajo la conducción del gobernador de la colonia, don Bernardino de Meneses Bracamonte y Zapata, el desde entonces célebre Conde de Peñalba, asistido por los capitanes de milicias Damián del Castillo, Juan de Morfa y Álvaro Garabito, originario este último de Bayaguana; así como Pedro Vélez Montilla, quien perdió la vida al atacar a las tropas inglesas acantonadas en el ingenio de Engombe.

Esa defensa insular trascendió lo geopolítico y militar, poniendo en relevancia aspectos de la cultura criolla que han sido decisivos en cada encrucijada nacional: lengua, religión, tradiciones y costumbres ancestrales. Son precisamente esos elementos étnicos y culturales, que constituyen las fibras esenciales de la identidad, los que forjan el carácter y templan el espíritu, convirtiéndose en resortes decisivos capaces de incitar el valor y la actitud de resistencia de todo un pueblo, el cual, movido por la senda del sentimiento y el impulso emocional, es capaz de hacer posible lo imposible, afrontando la adversidad con inusitado arrojo y valentía.

El autor inicia su libro reconociendo con justeza los aportes de otros historiadores sobre el tema de la invasión inglesa, como los de J. Marino Incháustegui en 1953, Américo Lugo en 1942 y Emilio Rodríguez Demorizi en 1957. Además de auxiliarse de las relaciones testimoniales y crónicas de la época, tanto hispánicas como británicas, pues como bien indica el doctor Frank Moya Pons en el prólogo de la obra: «Los detalles que aporta Bernardo Vega en esta nueva narrativa acerca de las causas del fracaso de la expedición son poco conocidos por la mayoría de historiadores dominicanos pues, hasta ahora, sólo dos que sepamos han consultado parte de las fuentes inglesas que Vega utiliza para describir día tras día el descalabro de la invasión».

A simple vista, parecería inconcebible que una flota compuesta por cincuenta y siete navíos de guerra con nueve mil doscientos soldados y marinos fuese incapaz de incorporar la isla Española al emergente imperio británico. Sobre todo si se tiene en cuenta el exiguo número de combatientes y el desvalimiento de las tropas insulares. Durante veintidós días, a partir del 23 de abril de 1655, primero de la invasión, el autor –como si fuera un corresponsal de guerra– va siguiendo, paso a paso, el acontecer cotidiano de aquella hazaña bélica, con descripciones pormenorizadas de los esfuerzos desplegados por las tropas invasoras para controlar el territorio insular y las estratagemas utilizadas por las autoridades coloniales y las milicias criollas para frenarlos. Para de este modo desquitarse la afrenta infringida por Drake con su vandálico asalto a la ciudad de Santo Domingo en 1586.

Varias causas confluyeron para que se produjera el descalabro inglés en nuestra isla. Lo primero que señala el autor es la ostensible rivalidad y malentendidos entre el almirante William Penn, encargado de la flota, y el general Robert Venables, a cargo del ejército. Esta disputa venía de lejos y se recrudeció al llegar al Caribe en ocasión de discutir el plan estratégico para efectuar el desembarco. Las desavenencias surgidas entre los dos comandantes permeó a sus lugartenientes y oficiales, incrementándose por la inexperiencia militar de los ingleses. Pues en vez de conformar el grueso de las tropas con efectivos curtidos en las campañas europeas, preferentemente de los participantes en la reconquista de Irlanda entre los años 1649-1654, como sugirió el jefe del ejército, gran parte del reclutamiento fue hecho a la ligera por un cuñado de Cromwell, el mayor general John Disbowe, convocando de forma improvisada a golpe de tambores a gente inexperta de los barrios bajos de Londres, a los que se sumaron agricultores sin entrenamiento militar y faltos de dotaciones, captados a última hora en las posesiones inglesas de Barbados y St. Kitts.

Otro fallo logístico importante fue desembarcar la mayor parte de los contingentes militares de la escuadra en Nizao y no en la boca de Haina, como era el propósito original, con lo cual se aumentó –como señala el propio Venables– la distancia de marcha por tierra “larga y tediosa” hacia Santo Domingo en más o menos 40 millas (unos 64 kilómetros) por caminos inadecuados y calurosos, carentes de agua y tupidos por una densa foresta tropical.

A esto se sumó la falta de provisiones alimenticias, incluso de brandy, las cuales resultaron insuficientes para el número de efectivos militares y marinos. En adición al hambre provocada por la escasez de alimentos, las tropas inglesas fueron diezmadas por la sed y la disentería. Al igual que por la exigua cantidad de tiendas de campaña, y la ignorancia sobre las características geográficas del territorio que deseaban conquistar, al extremo que hasta el ruido provocado durante la noche por los cangrejos en las playas mantuvo en estado de tensión permanente a los ingleses, haciéndoles pensar en una inexistente superioridad de los criollos. Este último aspecto, aunque parezca un tanto risible, constituyó una mítica leyenda durante siglos, hasta que se comprobó su veracidad, como lo demuestran los testimonios de la época aportados por Vega. Incluso, los cocuyos amedrentaban a los centinelas durante la noche, quienes no dejaban de disparar creyendo que la luminosidad de los insectos eran chispas de pedernal producidas por el enemigo para encender la pólvora de los pistones. Todos estos factores fueron minando la capacidad de las fuerzas invasoras, imponiéndose el pánico y la retirada en desbandada, hasta desembocar en un estrepitoso desastre, que conllevó a la evacuación precipitada de los ingleses.

Por su lado, el Conde de Peñalba, ante la inminencia de la invasión se movilizó rápidamente pidiendo refuerzos a Cuba, Puerto Rico y Jamaica. A la vez de armar las milicias locales, cavar trincheras y reforzar las guarniciones defensivas de las murallas y sus baluartes, incluyendo la del castillo de San Gerónimo a seis kilómetros de la ciudad. Aun así, Peñalba se hallaba en franca desventaja, pues solo contaba con ochocientos setenta hombres de armas para defender la plaza de Santo Domingo y demás lugares atacados, es decir, una condición de sensible inferioridad numérica y técnica respecto de los ingleses. Sin embargo, los avezados lanceros criollos –con sus lanzas largas emulando a los hetairoi de la caballería macedonia en las batallas de Issos y Gaugamela–, jugaron un papel determinante en el triunfo español, por su destreza y efectividad, como lo demostraron en los combates librados en el fuerte de San Gerónimo y con el constante asedio de las emboscadas que causaron estragos entre las tropas inglesas dispersas en las inmediaciones de la desembocadura del río Haina.

Con motivo de la victoria, el Conde de Peñalba recibió el honor de que la puerta principal de entrada a la ciudad fue bautizada con su nombre. Es la actual Puerta del Conde. Que con el devenir de los años se convertiría en el Altar de la Patria. Mientras que a algunos de los capitanes que participaron en la defensa de Santo Domingo se les ha honrado con la designación de sus nombres a algunas calles de la capital.

Los lanceros, en su mayoría hateros y monteros dedicados a desjarretar ganado cimarrón para aprovechar su cuero, eran provenientes de Santiago, La Vega, Cotuí, San Antonio de Monte Plata, Bayaguana, Azua, El Seibo e Higüey. Los mismos por su proeza fueron recompensados monetariamente por la Corona española, para lo cual se convocó una Junta de Hacienda en Santo Domingo entre los días 11 y 19 de noviembre de 1661, con fines de realizar el pago de los lanceros de 1665. Figurando entre los lanceros una mujer, doña Juana de Sotomayor, que “constó haber peleado en la campaña vestida de hombre con armas”. Los nombres de unos 300 “lanceros de la tierra dentro” que participaron en la contienda se han conservado para la posteridad, como consta en un documento del Archivo General de Indias, publicado en la Colección Lugo en el Boletín del Archivo General de la Nación núm. 40-41 de 1945.

La superba actuación de esos lanceros, precursores de la guerra de guerrillas en el país, compuestos esencialmente por criollos, mulatos y negros libertos, demuestra, como han sugerido los historiadores Marcio Veloz Maggiolo y Euclides Gutiérrez Félix, que ya para entonces estaba en desarrollo y crecimiento el sentimiento de la pro-dominicanidad o nacionalidad en ciernes, una de cuyas manifestaciones más importantes es la idea de pertenencia y defensa territorial.

“La derrota de Penn y Venables en Santo Domingo, 1655” constituye, pues, un valioso y reivindicativo aporte del historiador Bernardo Vega al tema de la invasión inglesa a nuestra isla durante el siglo XVII, tomando como punto de partida las fuentes originales que narraron la contienda. Además de su ordenada exposición, sencilla y amena al mismo tiempo, directa y objetiva, sin rebuscamientos de ninguna índole, el lector podrá aprovechar también la bibliografía consultada y el índice onomástico. Además de contar con un enjundioso estudio introductorio de Moya Pons, el libro está ilustrado con atractivos mapas a todo color de los puertos, fuertes, ingenios, estancias y otros lugares donde atacaron los ingleses, así como una serie de fotografías históricas de monumentos, ruinas y playas por donde llegó e intentó avanzar la armada británica y los puntos exactos en que los criollos resultaron victoriosos gracias a su fe, su conciencia territorial, su carácter indómito y aguerrido y su denuedo a toda prueba.

Por todo ello, deseo expresar mis parabienes al licenciado Bernardo Vega por continuar su plausible labor editorial con esta importante contribución al esclarecimiento del pasado. Su más reciente obra, robustece y complementa notablemente la bibliografía dominicana, aportando nuevos datos a hechos históricos desconocidos o insuficientemente conocidos, basados en la descripción pormenorizada de esa gesta heroica, enaltecedora del esplendor patrio. Y le exhortamos a que continúe su encomiable labor de investigación para beneficio de la historia nacional y de todos los estudiosos interesados en nuestro pretérito.

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