Un libro escrito por amor: Nunca nadie, por sí solo, es capaz de realizar grandes obras. Necesita de la colaboración de todos cuantos puedan ayudar e interesarse por el bienestar de los demás.

Un libro escrito por amor:  Nunca nadie, por sí solo, es capaz de realizar grandes obras. Necesita de la colaboración de todos cuantos puedan ayudar e interesarse por el bienestar de los demás.

Finalicé mi formación académica en diciembre de 1985, cuando obtuve el Doctorado en Historia. Regresé al país en enero de 1986 y desde entonces, hace ya 27 años, me he dedicado a escudriñar la historia política, social y en menor medida, económica, de nuestro país. Muchas páginas han nacido y han sido publicadas a lo largo de estas casi tres décadas de investigación ininterrumpida. Sin embargo, esta historia acerca de la Asociación Dominicana de Rehabilitación con motivo de haber llegado al medio siglo de existencia, solicitada por la Junta Directiva Nacional y la Dirección Ejecutiva, ha puesto a vibrar otras muchas fibras de mi ser. Si bien es cierto que he recurrido a la rutina investigativa, de búsqueda exhaustiva en archivos, así como entrevistas con actores claves, mi corazón ha sido profundamente tocado en diferentes oportunidades. No, no, este libro no es ni puede ser una historia más.
La humanidad ha transitado por el tiempo y ha dejado sus huellas a través de diferentes formas. En el inmenso mar de seres que se doblegan, que siguen ciega y pasivamente los designios impuestos por otros, siempre aparecen héroes y heroínas, anónimos algunos, reconocidos otros tantos, que dicen ¡NO!, que gritan ¡BASTA!, que imploran y exigen ¡AYUDA!, que no se cansan de clamar ¡Y LUCHAR! por un mundo mejor. Esos seres hacen las diferencias.
Muchos podrían pensar que los líderes de masas, los políticos de éxito y los héroes de las guerras, justificadas o no, son los únicos que han hecho, y hacen, las diferencias. Sí claro, no negamos sus aportes. Pero la humanidad nos ha regalado otros seres, también únicos y también especiales. Ellos, sin las estridencias de los grandes líderes políticos, ni motivados por la necesidad de granjearse simpatías, aportan, transforman y demuestran que solo los verdaderos triunfadores son aquellos que luchan con tesón, perseverancia y, sobre todo, confían en la importancia de sus sueños, batallan cada día, produciendo así los verdaderos cambios.
Una circunstancia trágica y especial de una familia acomodada fue el detonante de una hermosa historia escrita con lágrimas, coraje y tenacidad. En los años 50 se expandió en el mundo una desconocida enfermedad que se llamaba poliomielitis. Celso, el hijo mayor de la familia conformada por Constantino Marranzini y Mary Pérez de Marranzini, fue afectado duramente por la enfermedad. Gracias a que contaron con los medios necesarios pudieron salvar la vida de su hijo. El joven matrimonio hizo todo lo que estuvo a su alcance. Después de haber agotado todos los recursos posibles en el país, llevaron a su amado hijo a los Estados Unidos. Era una aventura, porque allí, en el coloso norteño, tampoco se conocía mucho acerca de la nueva enfermedad y, por lo tanto, no existían tratamientos precisos para contrarrestarla. Después de haber hecho un largo, triste y pesado periplo por Nueva York y Minneápolis, llegaron a Georgia, a la fundación creada por el presidente Franklin Delano Roosevelt, también víctima de la enfermedad. Allí, el pequeño Celso pudo volver a sonreír y acostumbrarse a vivir con la discapacidad que le impuso el azar.
Lo normal en casos como estos es que la familia se centre en la readaptación de todos sus miembros a la nueva situación. Sin embargo, ya en 1959, doña Mary y su esposo Tino, comenzaron los aprestos para formar un organismo que ayudara a los niños dominicanos que, como el suyo, habían sido víctimas de la temida y destructiva enfermedad y no tenían los medios para recurrir a los costosos tratamientos. Así, en octubre de 1963 nació la Asociación Dominicana de Rehabilitación para ayudar a los niños con secuelas de poliomielitis, afectados durante el brote epidémico que se había desarrollado ese mismo año. De aquel octubre de 1963, han pasado más de 50 años. El pequeño cuarto es hoy una entidad reconocida mundialmente por sus aportes en la rehabilitación física y la atención a niños especiales.
El libro “Una obra de amor y solidaridad” no es una historia común. No aborda los conflictos de intereses que cotidianamente ocurren con los actores políticos que luchan por el asalto al poder. No es tampoco la historia de un grupo de presión. No es la historia de un poder del Estado con responsabilidad de legislar o aplicar las leyes o juzgar a los que la violen. ¡No! Este libro es una historia de una institución que fue creada por el amor incondicional hacia la niñez afectada por una enfermedad que les transformó y dislocó tantas vidas y familias. Este libro es la historia de las luchas cotidianas de una institución que tenía ante sí una gran tarea, que solo algunos comprendían y muy pocos apoyaban. Este libro narra la historia de 50 años de sacrificios, entregas, desvelos, compromisos y solidaridad.
De esos 50 años de vida institucional, estuve vinculada emocionalmente por más de tres décadas, a través de mi madre, Ana Ben de Sang, pionera en el voluntariado de Santiago en la Escuela de Educación Especial. Y me sentí feliz de que ella también colaborara en la construcción de la historia de esta obra escrita con tanto amor.
Agradezco a la vida esta oportunidad de reconstruir una historia tan distinta. Los que me conocen, saben, y lo repito cada vez que puedo, que tengo mis heroínas vivientes predilectas. Una de ellas ha sido siempre doña Mary Pérez de Marranzini. La conocía cuando era la hija de una de las voluntarias de Santiago. He admirado su fortaleza vestida de paciencia. Su sonrisa llana que no reflejaba, ni refleja en absoluto, su fuerte carácter y su gran capacidad de dirección. Todavía me parece verla en los actos, presente, silenciosa, constante, haciendo cosas, tocando puertas y buscando ayudas. El destino también me ha regalado la amistad con su hijo Celso. Lo conocí como empresario. Dedicada a la vida académica, he tenido que tocar puertas, muchas puertas. Una de ellas ha sido la de Celso. Su solidaridad ha sido infinita. Con el tiempo hemos compartido en muchas actividades, y ese roce permanente ha generado en nosotros una sincera amistad, que agradeceré a Dios por todo lo que me resta de vida.
Escribiendo esta historia tan hermosa, llena de dilemas, desilusiones y esperanzas, me confirmo, ¡una vez más! que las personas como esta hermosa mujer, deben ser ejemplos eternos para luchar por lo imposible; que las estrellas no están en el horizonte sino en nuestros corazones, y que, es solo con amor incondicional hacia la humanidad, como mejor enfrentamos los duros golpes que a veces nos depara la vida.

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