El titulo del “conversatorio” de hoy me llena de extraordinario orgullo. Las razones son dos: primero que la prima Eleonor Grimaldi Silié, escritora consumada, pare otro de sus “hijos”, un libro más de cuentos infantiles, “La paloma grande de Matachalupe”. Lo segundo, es que al poner ese libro en circulación en una hermosa anoche en la Academia de Ciencias, fue comentado por mi nieta de 9 años, la bella Nicole Marie Muñoz Silié. Lo que les pueda decir es poco, el orgullo de mi “abuelidad” fue desbordado, al oírla hablar sobre el libro y su autora, con la propiedad y la soltura de un adulto muy versado, fue gratificante. Les confieso que ver esa princesita dirigirse al público con la seguridad y pericia de una disertante experta, nos llenó de inmensa complacencia. Ahora ustedes entienden aquello de “las dos Silié”. A continuación lo que ustedes leerán es un empaquetado sumario del discurso que pronunciara esa noche la prima Nora, con el que me identifico plenamente.
“Cada libro que escribimos tiene su contexto, sus razones, su inspiración y obedece a un ejercicio de imaginación que nos invita a escribir. Desde que nacemos sentimos una necesidad de supervivencia. Queremos buscar con la intuición, explicación a las cosas que nos rodean y las que nos ocurren. Por eso sólo amaremos los libros si nos damos cuenta de que no son inútiles y de que pertenecen al reino de nuestra propia vida. Escribimos no para acumular méritos, ni para demostrar que estamos en el medio. Escribimos porque nos sentimos identificados con este quehacer y sobre todo en mi caso, porque contribuyo a alegrar a los más pequeños. Desde la época en que buscaba comprar libros a mis hijas y no encontraba literatura infantil de autores dominicanos. La literatura es un atributo de la vida y un arma de la inteligencia y de la felicidad que nos otorga el Creador.
Pero la imaginación es muy fuerte y tarda en ser vencida. Escribir un libro tiene un origen. Yo creo que el período de nuestras vidas en el que se libra la batalla más difícil, que también resulta ser definitiva para nuestras inclinaciones, transcurre al final de la infancia y en la adolescencia, y no es casual que sea en ese tiempo cuando nos enamoramos de la literatura y nos hacemos rebeldes sin causa, y cuando se decide inapelablemente nuestro porvenir. Fue en esa época donde gracias a mi abuelo Fermín Silié empecé a conocer a Martí, a Máximo Gorki, a Edmundo de Amicis, y a leer paquitos y revistas, como las revistas Carteles y Bohemia que llegaban a mi hogar. Aunque la Bohemia tenía contenidos para adultos porque era de análisis, a veces sin entenderla la leía. Y la “Carteles “sentía atraída por sus imágenes, colorido y sus temas sobre espectáculos. En fin, todos los que son de mi generación, saben lo que les digo. La literatura que importa es como la comida o dormir, y su lectura nos contagia. La literatura de ficción es como un vicio, nos sumergimos en ella y tratamos de zafarnos y no podemos. Y escribimos hoy un cuento y mañana ya estamos imaginando otro.
Gracias a lo que escribimos y leemos nuestro espíritu puede rebasar los límites del espacio y del tiempo en nuestra propia habitación, o en cualquier lugar del mundo, y gracias a eso, podemos superar ciertos ambientes que a veces nos afectan y podemos conservar amigos tan fieles y tan íntimos como los que no siempre podemos tener a nuestro lado, pero que vivieron hace cincuenta años o varios siglos.
Aprender a escribir libros es una tarea muy dura, y también es un placer extremadamente laborioso que no se regala a nadie. Lo que se llama la inspiración, la imaginación, el fluir de las ideas. Arrancar las palabras al papel, seguir adelante, solo podemos lograrlo con disciplina y tesón. Algunos escritores han externado las razones que los motivan a escribir y como dice: John Boyne: “para entenderse a uno mismo”. Yo por ejemplo escribo porque me gusta, porque a través de la escritura saco de mí un sinnúmero de emociones internas, me entrego a la obra y la disfruto. El elemento común que existe entre los literatos es la pasión, ese fuego interno que les exige que lo dejen todo sin temor porque las letras pueden completar su existencia. Sin embargo, como en la vida todo lo que se consigue en materia de producción literaria es a base de esfuerzos, para llegar a ser escritor, es necesario alimentar nuestra imaginación cada día con detalles hermosos y enaltecedores. Escribo, escribo, pero aún me falta para perfeccionar mi quehacer”. Hoy ratifico en estas “dos Silié”, que hay familias que no tienen genes de estolidez en su estructura genómica hereditaria.