Un luchador al servicio de la Patria

Un luchador al servicio de la Patria

“Queríamos minar el puente, ponerle explosivos. Fernando Ortega Cabral ordenó: ‘¡Vamos a hacerlo!’ Pero cuando los tanques estaban entrando llegó Montes Arache y dijo que no, que Caamaño no quería, y Fernando le contestó:
-¿Quiénes son los que están tirando, Caamaño o nosotros? ¡Vete a buscar explosivos! “Y me manda al palacio a buscar la orden para que los entregaran en el campamento que estaba por Guanuma. Me dirijo allí en un carro y en un camión confiscado al ejército cerca de Transportación.
“Iba con dos Hombres Rana con los que estaba muy compenetrado, les hablaba con los ojos. Los dejé abajo mientras negociaba con el capitán para que nos abriera los depósitos. No quería, miré a los Rana y con una mirada les dije: ¡Salten! Salieron y encañonaron al de servicio”.
Eleazar Gilberto Montás Bazil es el intrépido oficial que hace los relatos de este y otros episodios de Abril que apenas se conocen. Esta misión suya no tuvo el éxito que muchas otras libradas en la Revolución porque aviones comenzaron a sobrevolar la zona y una flota de vehículos, en uno de los cuales iba el derrocado Donald Reid Cabral, apareció en el sitio. Le dispararon pero las descargas aéreas eran poderosas.
-¡Vámonos de aquí! Cogimos fusiles Fal, G-3, granadas, tiros y volvimos al puente, pero no pudimos poner explosivos, relata.
Es también un sobreviviente de la oposición a Trujillo, las conspiraciones entre militares por ascender posiciones, la destitución de Reid Cabral, las tramas de Neit Nivar para traer de nuevo a Balaguer en 1964 y los trágicos sucesos del hotel Matum.
Desde que lo deportaron en 1966 reside en Bélgica donde estudió, trabajó, fundó una empresa, se casó con Martine Hermant, madre de sus hijos Dominique y Gilberto. Intentó regresar en varias ocasiones y lo devolvían desde el aeropuerto de Bruselas. En 1978 el presidente Antonio Guzmán autorizó su entrada.
Su vida es la de un rebelde intranquilo desde que estudiaba en el Instituto Politécnico Loyola, del que fue expulsado por insurrecto, al igual que le dieron de baja en la milicia por sus desacuerdos con la corrupción. Caamaño lo elevó a capitán por sus méritos en Abril de 1965. Después el expresidente Leonel Fernández lo ascendió a coronel y lo pensionó.
En su relato de la conflagración surgen nombres de auténticos héroes y mártires ignorados. Eleazar estuvo con ellos en las acciones conocidas y en otras que no se mencionan.
De agitador estudiantil que llegó a cerrar a San Cristóbal cuando intentaban unirla a Baní, pasó a ser en la conflagración un soldado obediente a los que considera fueron “los verdaderos iconos” de ese acontecimiento. Uno de ellos, afirma, es Montes Arache, “el primero que llegó a reforzar la cabeza del puente”.
Pero uno de esos líderes poco recordados es el propio Fernando Cabral Ortega, miembro del llamado “Grupo de los 12” que complotaban contra Reid Cabral y quien captó a Montás. Con él estuvo en el campamento 16 de Agosto buscando armas para el pueblo y formando una columna de tanques que dirigió Eleazar.
“Me consiguieron una pistola y una carabina Cristóbal y salimos hacia el puente. Apareció Simón Benoit, que era tanquista del CEFA, y se nos unió”.
En aquel escenario, “antes de que llegaran otros, a quien obedecíamos era a Cabral Ortega, que había sido de la Aviación pero lo trasladaron al ejército. Nos ordenó posicionarnos, nos decía cuándo tirar. Surgió la obediencia por rango, Cabral había sido cancelado como capitán. Nos daba las instrucciones y nosotros cumplíamos, y los civiles nos seguían”, refiere Eleazar, quien por sus estudios y ejercicio magisterial se expresa con facilidad y corrección.
Es detallista y su memoria impresionante, aunque al remontarse al pasado y evocar, manda con reiteración a “poner un asterisco” porque hubo un hecho anterior al que cuenta.
La Revolución en San Cristóbal. Eleazar nació en San Cristóbal el 12 de agosto de 1942, hijo de Sócrates Danilo Montás Valenzuela, periodista de El Caribe y La Nación, y de Ada Oliva Bazil Pereyra. Entre sus antepasados están la educadora Urania Montás y el poeta Osvaldo Bazil.
Su natal y su apellido paterno le trajeron problemas en la escuela, la guardia, la vida. Pese a que en el pueblo llegaron a llamarlo «el comunista”, el país lo acusaba de trujillista por haber nacido en la misma ciudad que Trujillo. “Los únicos trujillistas del mundo éramos nosotros”, expresa refiriéndose a las “crujías” que pasó la familia al eliminar al tirano, a pesar de que él fue el primero que gritó en el Loyola: “¡Se acabó esta vaina! Y derribó el busto del dictador de la entrada del recinto.
Los militares consideraban un privilegio su incorporación pensando que estaba emparentado con Soto Montás, Apolinar y Salvador Montás Guerrero, Isidoro Montás, Lluberes Montás, Pagán Montás y otros jerarcas. “A ti te mandaron, tú vas a subir rápido”, decían al entonces cadete o “Caballero oficial”. Rivera Caminero llegó a quemarlo y la exaltación del joven le mereció cinco días de arresto sin disfrute de sueldo.
La Guerra le sorprendió cancelado e integrado al grupo de Cabral Ortega. Por eso una de las primeras transmisiones radiales daba cuenta de que ambos iban con los tanques para San Cristóbal.
Para ambos “era muy importante que tomáramos San Cristóbal. Fernando tenía información sobre quienes estaban con nosotros”, declara. Junto a Rubén Marcano fueron a la fortaleza aunque el consejo de Montás era que asaltaran la Armería. Afirma que contaban con Lachapelle Suero y que eran como 80. “Yo andaba con dos granadas, mi pistola, una carabina y le repetía a Fernando: ¡Vamos a armar al pueblo!”, narra.
El coronel Casado Saladín, agrega, quien supuestamente apoyaba el movimiento, estaba a cargo de la fortificación pero “cuando Fernando subió, salió por la Hacienda Fundación”. También le falló, expresa, Belisario Peguero que junto a Casado se les uniría en El Cerro.
Decidieron volver al puente. Montás, con su natural astucia, se vistió “de militar completo” cuando ya San Cristóbal estaba rodeada. “Logré pasar fácil el cerco de control: dije que iba a reportarme a mi campamento”.
Así continuó su entrega a la Revolución. Fue jefe de varios comandos, el más peligroso, el del segundo depósito de Aduanas, con apenas cuatro Hombres Rana repeliendo los tiros de Los Molinos y de El Timbeque, “entrando y saliendo por la puerta de San Diego, doblando para la izquierda y tirando para El Caribe. Solo nos cubrían los muros. Era un combate día a día con la orden, además, de parar los intentos de sustracción de los depósitos de Aduanas”.

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