Un lujo que no puedo pagar

Un lujo que no puedo pagar

RAFAEL TORIBIO
Por una circunstancia especial, hace unos días tuve que utilizar un taxi, cosa que no es normal en los que disponemos de auto propio, ni tampoco en los que no lo tienen, pues estos últimos, que constituyen la mayoría de la población, se ven obligadas a recurrir diariamente al “concho”, a las guaguas, las “voladoras” o al “motoconcho” para trasladarse al trabajo o realizar cualquier diligencia. Hay todavía una buena parte aún en una situación peor porque tiene que hacerlo a pie.

La obligación de utilizar un taxi, fue la oportunidad de conocer directamente una realidad que sufre cotidianamente una buena parte de la población en la que se juega la propia vida. Fue también oportunidad de recibir una gran lección de alguien que en una actitud de lucha diaria hace esfuerzos enormes, simplemente para poder sobrevivir.

Quien conducía el taxi era una mujer, lo que me extrañó, ya que aún en estos tiempos de reivindicación de la igualdad de géneros, son pocas las mujeres que en nuestro país se aventuran a manejar un taxi por esas calles de Dios, que en realidad son calles donde domina lo infernal, sobre todo en las noches. También fue motivo de asombro que llevara en la boca y nariz una mascarilla de papel desechable de las que usan algunas personas en ciudades para evitar la contaminación y Michael Jackson para preservar su sistema inmunológico deteriorado por querer parecer blanco.

Después de saludarla, le pregunté por qué usaba esa mascarilla. Y me hizo saber que estaba obligada a hacerlo. A causa de un accidente ocurrido en el túnel de la 27 de febrero, tuvo que permanecer detenida en el taxi unos 45 minutos, tiempo durante el cual estuvo inhalando los gases que despedían los autos. A partir de entonces comenzó a tener problemas con el funcionamiento de uno de los pulmones y más tarde con un riñón. Quizás alguna debilidad anterior en estos órganos permitieron que fueran afectados por la inhalación de esos gases. Los ahorros que tenía los había invertido en la compra del auto en que trabajaba como taxista por lo que tuvo que vender su casa para cubrir los costos de su enfermedad. Mientras se vendía la casa tomó dinero prestado, pero como la casa tardó demasiado en venderse, los intereses se acumularon y con  el dinero de la venta no pudo cubrir la deuda.

Con esta dolencia, que se hizo permanente, y la necesidad de trabajar todos los días en su oficio de taxista, ha decidido hacerlo durante las noches porque hay menos autos circulando, menos entaponamiento y menos contaminación. Inicia las labores cerca de las 10 de la noche y permanece trabajando hasta que tiene neto un mínimo de $ 400.00. La mañana en que tomé el taxi tenía la mascarilla puesta porque cuando en la noche no logra reunir ese mínimo, tiene que continuar el trabajo en la mañana, hasta que lo pueda lograr, con el riesgo que en su condición esto supone.

Después de conocer esta terrible realidad viene ahora la gran lección  Me conmovió su situación y quise saber cómo enfrentaba esa situación. Me dijo que prefería estar viva a estar muerta, aunque fuera trabajando para pagar una deuda. Como creyente en Dios confiaba en los planes del Señor y que no le temía a morir porque todo el que nace sabe que algún día debe morir y que estaba dispuesta a seguir luchando hasta que llegara la despedida y el reencuentro con el Señor.

A mi pregunta sobre el tratamiento estaba siguiendo me contestó con estas demoledoras palabras: “la medicina es un lujo que no puedo pagar”. Para poder sobrevivir entonces se alimenta sólo de jugos, frutas, vegetales y legumbres, para no forzar demasiado el riñón,  trabaja sólo durante las noches y usa la mascarilla cuando tiene que trabajar por las mañanas. Y es que $ 400.00 diarios solo da para sobrevivir, no para vivir y, mucho menos, cuando se padece una enfermedad.

¿Cuántos de nosotros estamos siempre insatisfechos por lo que nos falta sin reparar en lo que tenemos? ¿A cuantos de nosotros nos falta el valor de esa mujer para enfrentarse a las adversidades, no con la resignación del vencido, sino con la lucha del que quiere vivir y pelear de la forma que le permiten sus posibilidades? ¿Cuantos de nosotros necesitamos de esa actitud de lucha diaria, disputando cada día de vida, aunque sea sólo para la supervivencia? ¿Cuánto debe hacer cada uno de nosotros para que tantas personas en nuestro país no sufran lo que sufre esta gran mujer?

Publicaciones Relacionadas

Más leídas