Un Mac Donald en Tamayo

Un Mac Donald en Tamayo

Osvaldo Montalvo

 

Sólo Foucault (1926-1984, vivió tan poco) parece haber visto por encima de las “instituciones”: la cárcel, el hospital, la escuela. Son, más que construcciones “de clase”, métodos de organización y represión, seguramente inevitables. Como inevitables son tantos lugares comunes: ¿qué es crecimiento económico? La mejor respuesta es una serie estadística de números, por cierto frecuentemente diferentes. (El Banco Central tiene hasta tres, una para cada ocasión, como los estados financieros) Números que nunca cuadran, que se puede fragmentar en semestres, trimestres, quincenas… hasta minutos si se quiere. Series que no empalman. Números que no se sabe bien qué significan pero que (a decir de un amigo) “son altamente significativos”. Números mágicos y contradictorios porque la fabricación de una granada se cuenta como un más, y los muertos y heridos por su estallido también. (Por cierto, mis amigos de las agencias americanas y oenegés hablan del “costo” de las guerras cuando, si han de ser exactos, deben decir: ganancias corporativas en el negocio de la guerra.) Sin embargo, miles y millones de estudiantes, aprendices, profesionales, secretarias, abogados, ejecutivos, periodistas, amas de casas, pasan horas y horas trasladando números de allá para acá. Revisando, recalculando, confirmando  el total, verificando la tasa de crecimiento, cuadrando, imprimiendo. ¿Dónde es que vive el tan mentado crecimiento económico? ¿Cuál es su código postal? (Bueno, aquí no hay de eso. Es decir, código postal, porque crecimiento tenemos para exportar)

Mis estudiantes más nóveles me hacen ver mi obvio error: crecimiento y desarrollo no son lo mismo. El primero es condición “necesaria pero no suficiente” del segundo (dicen con autoridad convincente). Desarrollo implica modernidad: la incorporación de la ciencia y la tecnología a los artículos de uso, como los medicamentos y los teléfonos celulares. Su popularización, socialización: un solo Mercedes Benz no es modernidad en el transporte, como se cree en este país. Libertad: libertad para elegir, elegir entre oficios y ocupaciones. Elegir el lugar donde uno quiere vivir. Elegir los artículos de consumo más apetecidos. Democracia: votar por el procurador fiscal, por el alcalde, el gobernador. El presidente. Todo esto puesto junto en el mezclador y debidamente agitado arroja el cocktail perfecto: desarrollo.

– Bien, bien. Estoy casi convencido. Pero hago un par de acotaciones.  Denme cifras…- Y me hablan de nivel de ingreso, ingreso per cápita… – No, no. Eso es otra cosa. Denme cifras de lo que explicaron. De la incorporación de los avances científicos en las cosas, de la socialización del bienestar, de la democracia.- Me miran como si yo estuviera preguntando por la vida sexual de las piedras. Un loco. – Sí, eso. Quiero cifras sobre el desarrollo. – Bueno, es que el nivel de ingreso de alguna manera sintetiza… -¡Ah!, ya entendí. Lo decía el profesor de estadística: la media sintetiza la personalidad individual de cada quien. Pero también decía: la media no es nadie. Aún más (y esto ya no lo decía el profesor), la media es el promedio de los valores de una sola variable. Según me explican mis estudiantes de introducción, desarrollo es la media de la media de la media. Aquí estoy más que confundido. Pero me ayuda un viejo vicio: tratar de confirmar los hechos.

Si me dicen que el edificio está “casi terminado” voy y veo. Encuentro que ayer llegaron los equipos para empezar la excavación, pero el edificio está “casi terminado”. Me dicen que el aguacate está maduro “para hoy”. Lo toco y está más duro que la jícara de un coco. Me dicen que no hay inflación y voy al mercado. Uso un viejo truco: fijar la mente en un solo producto. Así la memoria no se pierde entre tantas cosas. Mi producto pasó de79 pesos hace cinco años –cuando inicié este experimento secreto- a 189 en la actualidad. Es correcto: no hay inflación. Esta variación es pura percepción mía. Me acuerdo entonces de los “revisionistas” (así los llamaba Lenin): la economía tiene que guardar por necesidad ciertas proporciones, cierta coherencia. De otra manera no puede seguir adelante, o los números… no son. La coherencia no es textual, numérica, formal. La coherencia es externa, fáctica, práctica. Se da en los hechos, independientemente de nuestra percepción u opinión. Como lo conocemos, desarrollo es que se enciendan todas las luces en Las Vegas. O un Mac Donalds en Tamayo. Hasta que no pueda comprar un Big Mac en Tamayo, no me hablen de crecimiento económico, por favor, que tengo cosas más entretenidas en qué perder mi tiempo.

Más leídas