Un mal que no tiene remedio

Un mal que no tiene remedio

La República Dominicana viene sufriendo de trastornos del sistema eléctrico desde la era del tirano Trujillo. Las fallas de generación, distribución y administración han desafiado la capacidad de los técnicos y la entereza de los políticos. Desde la estatización del servicio por parte del tirano hasta la capitalización, decenios después, todo ha sido traspiés. No ha habido épocas doradas en el servicio de suministro de electricidad. A Trujillo le debemos el vicio de no pagar por la energía, vicio que tiene entre los ricos y poderosos a sus más arraigados adeptos. Hasta las divertidas e inofensivas chichiguas han encontrado espacio en la historia de nuestro sistema eléctrico, nada menos que como causantes de apagones.

En estos tiempos de apremios económicos debido a  las alzas petroleras, está en juego la capacidad del Gobierno para poder cubrir el monto del subsidio de la electricidad a los usuarios de bajo consumo. No hay garantía de estabilidad en el suministro de electricidad y se alegan pérdidas sustanciales, aunque no se sabe que haya quebrado alguno de los que explotan este negocio. Tantas veces se ha prometido la solución del problema y se ha faltado a la palabra, que nadie confía en los frecuentes anuncios de mejoría en este servicio vital  para la economía del país. El problema lleva tanto tiempo que habrá que llegar a la convicción de que no tiene remedio.

Deforestación y laborantismo
Monseñor Ramón Benito de la Rosa Carpio, arzobispo de Santiago, establece una estrecha relación entre la depredación de los bosques y los políticos. Ciertamente, no parece haber algún problema social que no tenga entre sus componentes la comisión, la omisión o la indiferencia de los políticos, pues cuando andan en procura de capital para sus causas se pliegan a la creencia de que el fin justifica los medios.

La depredación de bosques es una seria amenaza para el país, y más aún en tiempos en que ataca el calentamiento global. Nuestras disponibilidades de agua han ido disminuyendo en la medida en que quedan calvas las montañas donde nacen nuestros principales ríos. La aridez de suelos es una consecuencia directa de este crimen ecológico. Si hacemos un inventario de medidas contra estas prácticas y la efectividad en su aplicación, llegaremos a la conclusión de que nadie libra de culpa a los políticos que han administrado poderes.

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