Un marido hastiado

Un marido hastiado

Mi amigo siempre mostró un buen temperamento, y a nadie sorprendió que desde que contrajo matrimonio actuara como subordinado conyugal.

Su mujer, de fuerte carácter, con frecuencia le echaba catchup, que popularmente significa que “se lo tragaba”.

Fui testigo del maltrato verbal al que era sometido, sin oponer resistencia.

Aunque la mayoría criticaba su debilidad frente a la esposa, no faltó quien lo justificara diciendo que para cualquier hombre resultaría placentero dejarse patear por aquel hembrón.

Indudablemente que la dominadora portaba más curvas en su anatomía que un pitcher efectivo de ligas mayores en su repertorio.

Pero los años fueron transformando los declives de sus carnes en rectilíneas obesidades, y de pronto corrió la noticia de que el manso y monogámico caballero estaba de divorcio.

Pero sus amigos se pusieron al borde de episodios de taquicardia cuando se enteraron de que la causa del rompimiento fue que el tranquilón estaba viviendo un romance con la empleada doméstica de un hermano.

Ningún ser humano está vacunado contra la curiosidad morbosa, y cuando nos topamos en una plaza comercial le hablé sin preámbulo sobre el tema.

Se irguió al máximo en la escasez de su estatura, y con sonrisa amplia de hombre satisfecho, comenzó a explicar las causas de su inesperada decisión.

-Todos se asombraron de que conquistara a la que luego se convirtió en mi esposa, porque debido a mi fealdad no calificaba para esa hazaña. Pero su atractivo físico no coincidía con su temperamento.

-Aunque eso parecía no importarte- repliqué, recordando su amplia capacidad de tolerancia frente a las iras de su cónyuge.

-Eso fue mientras mantuvo el cuerpazo que me volvía loco; desde que lo perdió, la enfrenté, y la casa se convirtió en un ring de boxeo y lucha libre verbal. Entonces comencé a pensar que era mejor vivir con un hombre en santa paz, y sin efusiones cundanguiles, que con una mujer peleona. El terror que esa idea me produjo fue lo que me llevó a mudar a la primera hembra que me hizo fiesta, que es la criada jovencita de mi hermano. Ahora sé que mi propensión pajaril fue fugaz, momentánea.

No pude contener la carcajada, y aunque mi amigo no me siguió, mantuvo en el rostro la sonrisa de satisfacción.

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