Un Medio Oriente distinto

Un Medio Oriente distinto

PEDRO GIL ITURBIDES
Condolezza Rice quiere un Medio Oriente distinto. Quiere que los países de esa región sostengan regímenes democráticos porque, con ellos, entiende, no tiene cabida el terrorismo. Quiere gobiernos basados en la predominancia de fuerzas políticas moderadas. Anhela, en fin, el mundo que sueña desde sus oficinas de Washington. Pero ese mundo tiene un nudo gordiano: la realidad. Y ella, muchas veces, dista del ideal.

La recién designada Secretaria de Estado de Estados Unidos de Norteamérica pide lo que todo el mundo cree que deben tener esos pueblos. De modo que con su anhelo comparte un deseo común. La diferencia estriba en que gente como yo basa su deseo en un proceso que implique una metamorfosis cultural. Rice lo quiere de hoy para mañana. Y con esa celeridad, sin duda alguna, no se logran transformaciones perdurables, trascendentes y convincentes en los núcleos humanos.

El desastre de Haití, deviene de esa inclinación a creer que la democracia es un traje que puede comprarse en la tienda. Cuando el anterior Presidente estadounidense, Bill Clinton, se antojó de «restablecer» la democracia en Haití, advertimos el error. Mucha gente con estas inquietudes escribió sobre

el particular. No valió el intento de puntualizar la diferencia entre restablecer en el poder a Jean Bertrand Aristide y «retablecer» la democracia.

No habiendo existido en Haití esta última, no existiendo clases sociales lo suficientemente numerosas que dominasen el concepto por haberlo asumido, el restablecimiento era inválido. Tras miles de millones de pesos y de tiempo

inadecuadamente invertidos, hubo necesidad de volver al principio. Con un ingrediente adicional: que los propios estadounidenses debieron, por segunda vez, desplazar a Aristide. Y por el mismo camino transitamos, esta vez en el Asia Menor.

A David M. Potter lo cité muchas veces cuando se procuraba «restablecer» la democracia en Haití. Potter escribió en 1954 una obra, «People of Plenty», que habría de publicarse en español once años más tarde con el título «La Prosperidad de un Pueblo». Trabajo de investigación realizado con el objetivo de alcanzar un doctorado, en el mismo Potter critica a sus compatriotas por el afán de querer que otros pueblos adopten «su» democracia. Potter sostiene en su obra, que la democracia estadounidense resultó de determinados principios, usos, valores y procedimientos, en cierta medida vinculados a su prosperidad.

Las elecciones recientemente celebradas en Irak no son un triunfo de la democracia. Constituyeron un condicionado procedimiento para determinar que los chiitas y los kurdos, secta mayoritaria y etnia largamente postergados, son más numerosos. En aquellos pueblos no ha existido nunca otra democracia que la que se ejerce a grupa de corcel con cimitarra en mano y guadaña al cinto.

Así actuaron Saddam Hussein y los suyos, sunitas que se impusieron a base de fuerza y terror contra los otros grupos étnicos y diferentes sectas islámicas. Y de igual modo han actuado desde época inmemorial, todos los antepasados de éstos, y de cuantos acceden ahora al poder, en la «democracia» de sastrería.

Un hombre que no por el cargo que ejerce ha mostrado que posee buena información, lo ha dicho recientemente. Se trata de Donald Rumsfeld, colega de gabinete de la Rice, en el cargo de Secretario de Defensa. Sostiene él que Irak, con todo y elecciones, seguirá en el camino de la violencia. Y más

ha dicho hace unas horas: que todo el empeño que les ha consumido hombres y recursos no aleja a Estados Unidos de Norteamérica del terrorismo que nace en aquellas naciones.

Todos queremos, como la Rice, un Medio Oriente distinto. Pero ojalá que Estados Unidos de Norteamérica no lleve a aquellos pueblos por la misma ruta por la que condujo a Haití en 1994. Los tropezones en pueblos insignificantes, toscos y semisalvajes, nos hacen levantar los pies. Quiera Dios que en los pueblos civilizados y ricos se haga lo mismo.

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