El mensaje del Papa Benedicto XVI, difundido en ocasión de la Pascua de Resurrección, tocó un tema de alta sensibilidad: La esperanza humana.
El mundo se conmociona, a causa de las guerras que diezman poblaciones y sumen a los seres humanos en la desesperanza.
El hombre pierde la fe cuando se le somete a todas las formas de esclavitud y se le priva de la posibilidad de alcanzar el bienestar a partir de su entrega al trabajo honrado.
Guerras insensatas, tozudas e injustificadas conducen a pueblos enteros al exilio que destruye la unidad familiar y genera desasosiego.
Las sociedades están urgidas de acciones firmes que devuelvan la esperanza en el presente y la fe en el porvenir.
Las grandes potencias encaran hoy una crisis de enormes dimensiones e impredecibles resultados, lo que impacta en las naciones de economías pequeñas, altamente dependientes.
Las armas de la justicia, la verdad, la misericordia, el perdón y el amor, como ha proclamado el Pontífice, tendrán que jugar decisivo rol en la búsqueda de la paz y el bien común.
Los dominicanos vivimos aferrados al vehemente anhelo de tener un país donde prevalezca el respeto, el orden y el estado de derecho, y de ver algún día erradicada la peste de la corrupción administrativa, desaparecido el clientelismo político y el irrespeto a las normas de convivencia.
Que alguna vez se alcance una mejor redistribución de las riquezas, y que educación y salud sean tareas nunca más pendientes del Estado.
No importa qué religión profesemos, ni cuál color partidario hayamos preferido.