POR MU-KIEN ADRIANA SANG
A Juan Daniel Balcácer
En la fragua de la escuela
nuestra patria fue forjada,
y al calor de tu enseñanza
le infundió vida sagrada.
La gloriosa trinitaria
que fundara tu heroísmo,
fue la cátedra primera
de moral y de civismo.
Fuerza era que un maestro
preparara la conciencia
donde habría de nacer
la soñada independencia.
Y es así como cantamos
tus virtudes allá el estro,
junto al padre de la patria
la figura del maestro.
En la escuela se te honra
por tus hechos sacrosantos
en las letras y las notas
encendidas de sus cantos.
Y al honrarte recordamos
tu patriótico heroísmo,
es el prócer y el maestro
que los dos son uno mismo.
La Bandera dice Patria
y al decirlo se revela que
el alma de la Patria,
señalándonos la escuela.
Himno a Duarte
Acaban de finalizar las múltiples actividades conmemorativas del mes de la patria. Y confieso que me siento satisfecha con los resultados.
Las noticias aparecidas en la prensa nacional provocaron diferentes reacciones. Algunos medios, como el Diario Libre, destacaron el trabajo.
Destacó jocosamente que muchos vendedores ambulantes habían dejado sus mercancías tradicionales, para vender la bandera. Personas de la calle comentaron a favor el apoyo recibido por el Gobierno Central. Otras felicitaron a la Comisión Permanente de Efemérides Patrias.
Pero tuve otras reacciones. Un muy cercano y querido amigo, que encontré por casualidad en el parqueo de una clínica, se me acercó. Me dijo que había leído las opiniones que había expresado en este periódico en la sección Esquina Joven sobre la bandera y los demás símbolos patrios, y sobre mi declaración de que se derogara la Ley que modifica los feriados. Me confesó que mis palabras le hicieron pensar. Que había reflexionado profundamente, y que su triste conclusión había sido Yo no tengo patria.
Yo no quiero esta patria ¿Qué es la patria, Mu-Kien, me preguntaba? A partir de entonces me atiborró de preguntas: ¿La de los políticos, que hacen lo que quieren con el erario público? ¿La de los hombres y mujeres que asaltan el Estado para su propio beneficio? ¿La de los que no respetan a la gente que quiere vivir ganándose la vida con el trabajo honrado? Piénsalo, concluyó, y pregúntate si vale la pena el sacrificio de luchar por esa patria. La circunstancia de estar sentada en mi vehículo, preparada para partir, no me permitió responderle con la profundidad debida a su largo y triste cuestionamiento.
El entusiasmo del deber cumplido por poco se desvanece después de haber escuchado esta andanada de cuestionamientos. Sabiendo que mi amigo es un hombre de bien, que sus palabras son el reflejo de su desánimo por la inversión de valores que vivimos en nuestra sociedad, donde el SER se ha sido sustituido por EL TENER , el APARENTAR y sobre todo, rendir honores interesados a los detentores del poder, la PATRIA se convierte en una palabra hueca. Pensé mucho en otros amigos que han partido y han abandonado nuestra tierra con sentimientos de angustias, derrota y desilusión.
Me pregunté yo entonces, ¿vale la pena luchar por la patria o es mejor tomar el camino del olvido, el abandono, el desinterés y la desidia? Me respondí, y me respondo: Hay que luchar por la patria, por aquello, que decimos amar.
Pensé entonces en Duarte y los trinitarios. Eran adolescentes que decidieron sacrificar vidas y bienes en pos de ideales de libertad.
Sufrieron atropellos, destierros, vejaciones, pero no sucumbieron.
Conscientes de sus propias debilidades, decidieron aliarse con los conservadores y firmaron el Manifiesto de 16 de Enero. Vestidos de la rebeldía y la hidalguía de la juventud, descubrieron los intentos baecistas del protectorado francés y aceleraron el proceso, declarando la independencia el 27 de febrero. Lanzaron el trabucazo en señal clara de rebeldía ante la autoridad haitiana. Izaron la bandera y proclamaron la República Dominicana.
Los jóvenes trinitarios que un 16 de julio de 1838 juraron por su honor luchar por una República Dominicana libre, independiente y soberana de toda potencia extranjera, recibieron una herencia histórica y lucharon para transformarla. Ellos no aceptaron pasivamente lo que recibieron. Se rebelaron, tuvieron fracasos, contratiempos y diferencias, pero al fin y al cabo nos legaron un panorama distinto. Recibieron y transformaron.
Construyeron la historia con sangre, sudor, lágrimas y sacrificio.
¿Qué significa amar la patria hoy? ¿Acaso aceptar pasivamente la herencia recibida? No, y mil veces no. El ejemplo de esos jóvenes que asumieron activa, responsable y críticamente su tiempo, debe ser nuestro norte y nuestra inspiración.
No, yo no quiero una patria sin valores. Yo no quiero una patria que niegue su identidad. Yo no quiero una patria que no respete sus símbolos, Yo no quiero una patria de hipócritas. Yo no quiero una patria de corruptos. Yo no quiero una patria sin justicia. Yo no quiero una patria que no luche por sus hijos más desfavorecidos.
Pero hay que comenzar. Un buen comienzo es el que hicimos en el mes de la patria. Cantarle a sus héroes, a sus hijos e hijas que han luchado por la libertad es más que un buen comienzo. Enseñar a nuestros jóvenes a respetar los símbolos patrios, elementos claves de su identidad, puede ser también un buen punto de partida.