Un metro por debajo del puerco

Un metro por debajo del puerco

Federico Henríquez Gratereaux
El novelista Pio Baroja afirmaba que el hombre es una criatura caracterizada por una conducta de medición rasante: a veces su comportamiento está a unos milímetros por encima del mono; otras veces a varios milímetros por debajo del cerdo. Al hacer estas consideraciones Baroja utilizó el sistema métrico decimal. No empleó la palabra pizca o el arcaísmo adarme.  Siendo un escritor tan expresivo, parece que intentaba dar cifras mínimas en una escala general.

En el mejor de los casos, el hombre se mantiene a escasos milímetros del mono; en una mala situación desciende unos cuantos milímetros por debajo del cerdo. El hombre es, pues, una entidad fronteriza o medianera: puede ser, según las circunstancias, más que el animal o menos que el animal. En la escala térmica de Celsius el grado cero es el punto de transición entre dos mundos distintos: las temperaturas negativas y las positivas.  Ser hombre a secas es como estar en cero.  Es nuestra conducta en la vida lo que puede llevarnos a un índice de humanidad del orden más dos (+2), o a una tasa de animalidad de menos uno (-1).  Es siempre posible para el ser humano vivir bajo cero o sobre cero.  El hombre y la mujer son “compuestos” físicos – químicos orientados por  actividades vitales. Se es padre o madre, amigo o amiga, hembra o macho. Todos somos, a la vez, profesionales, trabajadores, hombres y mujeres de mundo, amantes, servidores públicos, vecinos, ciudadanos, hijos, familiares, socios comerciales, compañeros de juego, de estudio o de partido. Sería deseable que cada una de esas actividades pudiera ser medida en una escala ética de humanidades. Así sabríamos en qué momento estamos cerca de la congelación o aproximándonos al punto de ebullición del agua.  Algunas veces las peripecias de la vida colectiva ponen en aprietos a hombres y mujeres. Un régimen político despótico, una crisis económica prolongada, una catástrofe natural, son fuerzas capaces de empujar a los hombres hacia arriba o hacia abajo: henchirlos de humanidad y valor o envilecerlos hasta convertirlos en salvajes primitivos; elevarlos sobre los pitecos o colocarlos debajo de los cerdos. 

Ocurre de la misma manera en todos los países. Los alemanes de hoy no se explican satisfactoriamente cómo durante el gobierno de Adolfo Hitler se perpetraron tantos atropellos repugnantes.  Esos alemanes saben que el partido Nazi reprimía violentamente cualquier actitud disidente, surgiera de una persona o de una entidad corporativa. En una nación donde aristócratas, militares, profesores, industriales, artistas, obreros, habían llegado a constituir grupos sociales caracterizados nítidamente, quedaron borradas todas las diferencias de opinión. Hombres orgullosos, honestos, que apreciaban las libertades públicas y la dignidad humana, fueron replegando voluntad, pensamiento, albedrío, hasta arrodillarse ante un líder autocrático de oratoria demencial.

Algo semejante tuvo lugar en Italia con Mussolini; con Stalin en la vieja Unión Soviética; con Trujillo en la República Dominicana; en Chile con el general Pinochet. Los pormenores de los crímenes cometidos en Argentina y Chile en la época de los gobiernos militares empezaron a conocerse en los últimos dos o tres años.  Militares argentinos lanzaban al mar a los opositores desde aviones de la Fuerza Aérea. Narraciones hechas por protagonistas de estas “ejecuciones” han permitido reconstruir una historia de horror oculta durante décadas.  ¿Cómo han podido realizar tantos arrestos injustos, tantas torturas, tantos crímenes y tropelías, y, además, sentir los autores que cumplían con un deber? ¿Cómo estas fechorías eran justificadas ideológicamente? ¿Qué papel jugaba el llamado “espíritu de cuerpo”? ¿Dónde termina el campo de la psicología anormal y empieza el de la pura maldad?  La crueldad humana, al parecer, no tiene limites; y los resortes inhibitorios de la educación, de la moral o de la ley civil, son levísimos diques que se derrumban bajo la presión de los instintos o de la coerción.

En momentos de ocio obligado por causa de los apagones, he imaginado un “instrumento científico” fabuloso llamado “humanómetro de Baroja”: con minuciosa escala vertical alfa – numérica, dividida en tres porciones principales: la zona superior o “supra – simiesca”; la zona inferior, denominada “infra – porcina”; y el centro de la escala, rotulado como “rango medio homínido”. En nuestra época de espantosos contrastes políticos, económicos, sociales, este “medidor” de humanidades podría indicarnos cuando un funcionario público, un militar o un político, ha descendido un metro por debajo del puerco.

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