Un microtrasplante de España a San F. de Macorís

Un microtrasplante de España a San F. de Macorís

POR DIÓGENES CÉSPEDES
Punto sin regreso

En la minúscula ciudad del San Francisco de Macorís de 1940, con la llegada de los  refugiados republicanos españoles, y reforzados por los compatriotas suyos que ya formaban un núcleo económicamente fuerte en la provincia, no es exagerado decir que la novela de Luisa Pérez Viñas “De la niebla al sol” reproduce una micro república española que a la distancia de 67 años,  ha sido exitosa en todas las manifestaciones económicas, profesionales, culturales, pedagógicas, deportivas, musicales, artísticas y literarias.

La historia real obliga a Eloísa y Diego, a raíz de su viaje novelesco a España, a volver a San Francisco de Macorís. La ficción inversa iría en contra de la historia de lo ocurrido en España durante la guerra civil y en contra de la acogida de los refugiados republicanos en la República Dominicana. En este caso, el desarrollo de la ficción debe tomar en cuenta los acontecimientos históricos.

Una novela que hiciera quedarse en España a Eloísa y Diego sería inverosímil y terminaría de manera diferente: es decir, acomodándose al franquismo o combatiéndolo de nuevo. Lo cual sería un absurdo. Igualmente, un Javier que abordara el barco “De La Salle” sería inverosímil y la novela terminaría de manera diferente: un Javier acomodándose a la dictadura de Trujillo o combatiéndola. Piénsese en Galíndez, como realidad y como ficción, pues ya existe una novela-Galíndez, al igual que una de Vicente Riera, “Tres salen por el Ozama”.

Pero “De la niebla al sol” termina como terminó la historia de los republicanos españoles que se quedaron en la República Dominicana. Para ser sujetos, se nacionalizaron y se aclimataron al medio, sin abjurar de su credo republicano y antidictatorial. Pero a la callando. Eloísa se ha nacionalizado, al igual que Diego.

La protagonista está obligada a actuar en su escenario, se ha transculturizado, pero ha aportado al medio, al igual que los demás, una porción de España. Ha aceptado una parte de los valores de la especificidad histórica y cultural de la sociedad dominicana, pero actúa políticamente, al igual que los demás, que no se transaron, con sus valores republicanos frente a la dictadura o telaraña totalitaria trujillista.

Constituyó Eloísa como símbolo de ese exilio, tanto en la ficción como en la realidad, una reserva de resistencia en contra del estatus quo y un aporte de los hijos de estos republicanos a la cultura dominicana en todas sus manifestaciones. Verbigracia esta novela de una de las integrantes de esta segunda generación, es decir, de Luisa Pérez Viñas, hija de Diego Pérez, exiliado que se avecindó en San Francisco de Macorís en la historia real, pero no de Diego Fernández, el de la ficción, el cual, como personaje, es invención y deseo del discurso narrador.

Existe una relación entre biografía y ficción, pero esta es imposible de establecer por lo ya dicho: que la ficción subordina a su lógica lo real. Una prueba al canto: ¿Quién identificaría como reales los parlamentos entre Eloísa y Diego si se quisiera defender a rajatabla que el Diego de la ficción es el mismo que el Diego de la historia real? Cuando Luis XIV aparece en las comedias de Moliére, no es el Luis XIV de la historia de Francia. Todo lo que dice en los discursos que Molière le presta, es puro invento, pura ficción. Su funcionamiento es rítmico, sintáctico, un efecto de sonoridad y semánticamente una argucia del narrador o de la narradora, si es que el género de quien narra puede ser identificado.

Lo mismo ocurre cuando Napoleón Bonaparte, el Emperador, aparece en las obras de Balzac o de otros que cultivaron la llamada novela histórica. Los parlamentos que el narrador le presta, son pura ficción, invento del escritor. La presencia de esos personajes de la historia real tiene como único propósito hacerle creer al lector ingenuo que lo que se le contará es una historia o aventura que ocurrió en la vida real. Pero para el escritor de verdad, ni es historia ni es aventura, sino pura ficción. O a veces la argucia funciona al revés: El narrador se encarga de decir que los nombres de los personajes y las situaciones creadas en la obra de marras son pura ficción y, por lo tanto, no tienen nada que ver con personas vivas o muertas o con acontecimientos reales y, si así fuera, se trata de una pura coincidencia. ¡Qué mejor argucia para hacer que quien lee crea, inocentemente, lo contrario de lo que se le dice!

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