Un milagro necesario

Un milagro necesario

El milagro ocurre cuando un representante del Ministerio Público pueda entrar a un penthouse, para comprobar cómo trata la familia a un menor en situación de vulnerabilidad. Cuando un jovenzuelo con Partagás en el bolsillo de su chacabana de lino, no le enrostre su raza o su origen barriobajero, al agente de la AMET que pretende controlar el exceso de velocidad. Hay milagro cuando el empresario evasor es sancionado y el contrabandista también. Cuando el colmadón no sirva de parapeto para lavadores de activos como el restaurant de cinco estrellas. Cuando la venta pública de sustancias controladas no cuente con el aval de las autoridades y la prostitución y abuso infantil en las esquinas, provoque la aplicación de la ley sin miedo a un manifiesto internacional de condena, que confunde tráfico de personas, migración ilegal, negocio, prejuicios y derechos humanos.

Los cotos impenetrables de esta sociedad se multiplican e impiden la institucionalización. El relajo se afianza. Hay varios mundos en pugna. Sólo el imperio de la ley evitará el desenlace fatal. La impunidad consume, exhibe, provoca. El delincuente de cuello blanco o de collar pesado, está a la vista del marginal que vive del robo con violencia y ambos saben eludir sentencias.

Los milagros suceden. La fe acepta la conversión de agua en vino, la multiplicación de panes y peces. Las rutas milagrosas del planeta acogen millones de fieles que buscan la solución a sus males. La virgen de Fátima, la virgen de Guadalupe, de La Altagracia, la Caridad del Cobre, Montserrat , la virgen de Las Mercedes reciben miles de plegarias y el agradecimiento de las legiones de creyentes con sus demandas satisfechas, de manera fugaz a veces y en otros casos permanentes. A la virgen de Lourdes le atribuyen curaciones que los avances de la medicina no logran y existe un equipo de científicos que se encarga de rubricar los aciertos. A la destreza milagrosa de Gregorio Hernández recurren seres sensatos de cualquier lugar del mundo, igual que al santuario de la Macarena y al trajinar del camino de Santiago. Sin embargo, aunque exista certificado médico, el resultado es insólito, sólo explicable por la fe. Incomprensible, como los fenómenos de regresión o el avistamiento del más allá, que confiesan los agonizantes que vuelven al mundo de los vivos. La transformación ocurrida, después de la Segunda Guerra Mundial, en los países arruinados, enfermos, trémulos por un invierno sin abrigo y con hambre, con millares de mutilados, un periódico británico bautizó como “milagro”. Sabía el periodista, como sabe hoy la humanidad, que aquel cambio no fue insólito e inexplicable, como no lo ha sido ninguna transformación contundente en ningún país. Churchill será siempre citado con su “sangre, sudor y lágrimas”. No existió milagro alemán, japonés, como no existe milagro asiático. Tampoco los logros brasileños, argentinos, chilenos, uruguayos, colombianos, costarricenses, cubanos, en una época, son obra de designios divinos. Una deidad no decide quién debe estar bien y quién no. Al país le persigue la excusa del pasado, la reiteración de las culpas. Las ficciones. Como nación, el sacrificio y el compromiso ha estado fuera de la agenda. Un recuento de hechos trascendentes, después del 1961, trátese de catástrofes naturales o de acontecimientos provocados por las personas, no arroja ningún balance que augure enmienda en la actitud o responsabilidad para el cambio. Se renuevan las generaciones y el comportamiento no varía, al contrario, se acentúan las características negativas con la secuela perniciosa. Se quiere otro país sin tener que dar para recibir. El consentimiento malcrió a las élites, el asistencialismo a la mayoría. Nadie cree en plazos, en pagos, en cumplimiento de ningún tipo. Nada se acata. Nada ata ni obliga. Cada quien manda, decide y cree tener la razón. El descaro no es gracia de tertulia, es identidad. No es difícil saber por dónde comenzar. Las leyes están ahí y esperan. Así ocurren los milagros.

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