Un millón por la educación

Un millón por la educación

No se trata de duplicar aquel medio millón para la universidad, consigna que gritaban los estudiantes en 1969 y por la que una tarde la policía interrumpió a bombazos y macanazos la inauguración de los juegos deportivos inter-universitarios en los terrenos del Centro Olímpico, que estaba en construcción.

Hasta monseñor Agripino Núñez  Collado, para aquellos días figura poco conocida, se llevó un cachiporrazo de un casco negro que lo derribó para completar la escandalosa represión.

Aquel medio millón era de pesos. La juventud dominicana luchaba porque le dieran 500 mil pesos mensuales a la más vieja universidad del mundo y por ello se le reprimía brutalmente. El grito de medio millón para la UASD era suficientemente peligroso para que comandantes policiales entendieran que había que poner fin a aquella subversiva concentración.

El millón que ahora se reclama es por la educación, pero no de pesos, sino de firmas.  Las está recabando un grupo de instituciones encabezadas por la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) en una de sus mejores etapas, bajo el liderazgo de esa dama de la educación, de la política y de la sociedad que es María Teresa Cabrera.

Los maestros partieron desde el baluarte de El Conde y recorren centros universitarios y comerciales, estadios deportivos y templos, donde quiera que se juntan multitudes, pidiendo un millón de firmas en demanda de que por fin cumplamos la Ley General de Educación que instituye una inversión mínima para el sector equivalente al 4 por ciento del producto bruto interno.

“Porque un año sin escuela…es un siglo de miseria”, reza el volante que se entrega a los firmantes de parte no sólo de la ADP, sino también del Consejo de Educación de Adultos de América Latina, el Foro Ciudadano, el Centro Dominicano de Estudios de la Educación y de la agencia de cooperación inglesa Oxfam Internacional.

Porque ocupamos los más bajos escalones en las evaluaciones de los niveles educativos y de inversión en educación en el mundo y en el continente. Peor que en toda la región centroamericana. Quedamos en la posición 96 de 131 países en el Índice de Competitividad Global, con los peores desempeños  en los indicadores educativos.

Porque todavía necesitamos casi 100 mil aulas adicionales para los estudiantes que van a las escuelas y se hacinan en promedio de 58, que en las concentraciones urbanas alcanzan a las inmanejables cifras de hasta 80 y 85 alumnos por aula.

También porque necesitamos otras siete mil aulas para incluir los niños y niñas que quedan fuera.

Porque necesitamos pupitres, laboratorios, computadoras, talleres, libros y otros materiales educativos en los centros docentes, de los cuales el 60 por ciento carece de biblioteca. Porque todavía es una reivindicación dotar de agua al 60 por ciento de las escuelas y de sanitarios adecuados a más del 70 por ciento, además de energía eléctrica.

Porque tenemos que elevar el promedio nacional de escolaridad que todavía en el siglo 21 es apenas del sexto grado, y el promedio de apenas tres horas diarias de docencia en nuestras escuelas públicas, urgidas por tres tandas escolares.

Porque necesitamos maestros mucho mejor pagados, que puedan concentrarse en la educación de nuestros hijos y no divagar sobre la miseria en que sobreviven con salarios de trabajadoras domésticas.

Hay que respaldar esta campaña para presentar el millón de firmas por más recursos para la educación antes de que se apruebe el presupuesto de gastos públicos para el próximo año.

Que se multipliquen los recolectores y que nadie dude en sumar su nombre. Para que llegue pronto el día en que nos riamos de aquellos tiempos cuando la consigna era un millón por la educación.

Como ahora nos parece increíble que hace 40 años peleábamos por medio millón de pesos mensuales para la Universidad. Y para que este país pronto deje de ser tan inverosímil, absurdo  y contradictorio.

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