Un místico de la libertad

Un místico de la libertad

R. A. FONT-BERNARD
La mayoría de los dominicanos, que en la actualidad rondan por los cincuenta años de edad, ignora quien fue el doctor Juan José Arévalo, el sobresaliente ciudadano guatemalteco, fallecido el 20 de mayo del 1986. El doctor Arévalo visitó nuestro país, en el año 1972, y en la ocasión fue huésped de mi hogar. Al despedirse, me obsequió una colección de sus obras completas, avaladas con una generosa e inmerecida dedicatoria.

El doctor Arévalo no ejercía la actividad política, cuando accedió a la Presidencia de la República de su país, llamado por la juventud universitaria en el año 1945. Era el decano de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, de la Facultad de Humanidades de Tucumán, en la República Argentina.

Derrocado por las masas populares el régimen tiránico del General Jorge Ubico, el doctor Arévalo fue elegido por el noventa y cinco por ciento del voto popular. Y al tomar posesión de su elevada magistratura, sustentó la formulación de un socialismo sui géneris para su pueblo, el llamado “Socialismo Espiritual”. Ese socialismo, según la concepción del doctor Arévalo, no significaba meramente la distribución de los bienes materiales, la explotación de los recursos naturales, ni el mejoramiento en general del nivel de vida para el pueblo. Implicaba “la liberación sicológica y moral y la dignificación de cada ser humano en la sociedad”.

La prolongada tiranía del general Ubico había corrompido las bases morales de la sociedad guatemalteca, y el recién juramentado Presidente estimó en la ocasión que la revolución que le llevó al Poder no entrañaba solamente la liberación del individuo, sino que sería “protección de grupos y no de personas afortunadas o mañosas”. “Volveremos nuestros ojos – dijo entonces el doctor Arévalo – a la organización de la familia, para reestructurar desde sus raíces la unidad colectiva fundamental. Liberaremos y protegeremos los oficios y las profesiones, sin perseguir ni dañar a los patronos. Liberaremos a la niñez, a la adolescencia y a la juventud de todas las trabas que la ignorancia y la maldad de los adultos y los gobernantes le han impuesto siempre.

Liberaremos y protegeremos al servidor del Estado y no digo que liberaremos al ejército, porque ya nuestro ejército se ha liberado por sí mismo, dándonos el primer ejemplo de reestructuración que adoptaremos en todos los ordenes de la vida nacional”.

En el curso de la campana electoral, el pueblo había acunado el concepto del “aravalismo”, como prolongación del individualismo que había imperado en todos los órdenes de la vida guatemalteca, durante la tiranía del General Ubico. Pero el doctor Arévalo dejó transparentemente rectificado ese concepto. El “aravelismo” -dijo-, no es una empresa electoralista que se proponga, como finalidad concreta, llevar a Arévalo al Poder. “El aravelismo no es un movimiento popular reivindicador, que se propone liberar a los ciudadanos del yugo oficial, cualquiera que sea el gobierno y que se propone liberar a la Nación del servilismo internacional y de la esclavitud económica”.

Durante su autoexilio en la Argentina, el doctor Arévalo publicó una de sus obras fundamentales, la titulada “Escritos Políticos”. “En esa obra, está el germen de su concepto del “Socialismo Espiritual”. “En los grandes países industrializados de Europa podrá tener la vigencia la doctrina materialista, que nos da del hombre y de la sociedad, una imagen fundamentalmente económica. El hombre -dicen- es un aparato digestivo que tiene algunos anexos subordinados, entre ellos el cerebro. No creemos que el hombre sea primordialmente un estómago. Creemos que el hombre es, ante todas las cosas, una voluntad de dignidad. Ser dignamente hombre, o no ser nada”.

Conforme a lo precedente expresado, podría decirse que la filosofía político-social del doctor Arévalo, incorporaba la tendencia liberal idealista del siglo XX, con los principios del espiritualismo de la época de la post-guerra, sobre la democracia y la libertad. Ponía el mayor énfasis en la colectividad, y en las necesidades y aspiraciones del grupo y el respeto para el hombre de cada clase social y de cada Nación.

En un discurso improvisado el 26 de julio del 1946, en la ocasión de ofrecerle la bienvenida al entonces Presidente de la Junta Revolucionaria de Venezuela, Rómulo Betancourt, el doctor Arévalo expresó con atinados juicios, sus conceptos acerca del Estado, como una suma de intereses, los valores y las necesidades colectivas. “En Guatemala como en Venezuela -dijo el doctor Arévalo – tenemos vivo el antagonismo entre aquellas generaciones, domesticadas y deformadas dentro de moldes dictatoriales y las nuevas generaciones, que tienen la nostalgia y la apetencia de la vida democrática: el antagonismo de los que sólo entienden el Gobierno y la vida general como un mecanismo rígido y monótono de reloj, y los que propugnan por quebrar lo rígido y superar los monótono para recuperar el verdadero signo de la vitalidad, que es irregular, compulsiva, creadora y por eso, turbulenta”.

En su libro titulado “Anticomunismo en la América Latina”, cuya primera edición data del año 1956, el doctor Arévalo explicó lúcidamente, que hay dos tipos de “imperialismo”. Esto es “el que no tiene banderas, que consiste en la influencia de los banqueros internacionales y los comerciantes en los asuntos financieros y económicos del mundo, y el imperialismo de bandera, que es el de un solo Estado grande, que tiene una nacionalidad, que domina varias naciones rabistas, llámense Dominios, Protectorados, Colonias y Repúblicas”.

Durante su mandato (1946-1951), el doctor Arévalo hubo de enfrentar siete intentos de golpes de Estado, en uno de los cuales el Palacio de la Presidencia fue atacado con tanques de guerra. La revolución del 1944 había expulsado a todos los generales servidores de la tiranía del General Ubico, pero aún quedaban los vástagos de aquellos, graduados en la Escuela Militar, con la herencia ideológica y el apetito de mando de sus antecesores.

Con el fallecimiento del doctor Arévalo se extinguió la constelación de los líderes democráticos, que en el decenio de los años cuarenta y cincuenta, del pasado siglo, combatieron las tiranías militares entronizadas en la mayoría de los países latinoamericanos, entre ellas las de Trujillo. Fueron aquellos líderes políticos creyentes en el principio de que, el que emana autoridad, no necesita imponerla. Una formulación en la que he sido reiterativo en varias ocasiones.      

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