Un mundo que olvida

Un mundo que olvida

MARIEN A. CAPITÁN
El olvido parece haber tocado al mundo. Nadie recuerda, o no quiere recordar, cosas tan elementales como los miles de muertos que ha habido en Irak. La guerra, es evidente, le importa a muchos. De lo contrario, ¿habría vuelto a ganar el presidente Bush? Las encuestas fueron muy claras en su momento. Aunque al principio había dudas y se  pensaba que cualquiera de los candidatos podría ganar, al final la balanza se inclinaba hacia la reelección. La esperanza, sin embargo, siempre estuvo latente.

Un cambio de gobierno pudo haber significado la paz. A pesar de que los estadounidenses tienen una esencia bastante bélica, los demócratas suelen buscarse menos problemas que los republicanos. No agreden tan fácilmente, no buscan armas donde no existen e intentan, por todos los medios, que la palabra sea el medio para resolver los conflictos.

Amén de que ahora las cosas podrían complicarse aún más en el Medio Oriente, tan sólo nos queda rezar para ver si una luz ilumina al presidente Bush y le hace entender que la guerra siempre debe ser la última opción y no la primera. También, porque sabemos que él no es santo de devoción de muchos grupos, esperamos que se maneje con cautela para no encender la ira de los grupos terroristas.

Continuando con el olvido, es justo hablar de Jimaní, un pueblo del que muy poca gente se acuerda. A cinco meses de la tragedia, los dominicanos ya no recordamos ni el dolor ni la desventura de aquellos parroquianos.

El olvido, en este caso, no es lo peor. Lo duro es que, a golpe de donaciones y limosnas, los pobladores de esa zona se han acostumbrado a que se lo den todo hecho. Comenzaron a recibir dinero, ropa, comida y casas. Sin embargo, nadie pensó en que debían tener algo mucho más importante: un medio de sustento.

En lugar de ofrecerles las continuas dádivas que exigen y esperan, es hora de que les demos fuentes de trabajo, opciones para que puedan seguir viviendo sin tener que depender de lo mucho o poco que les queramos regalar.

La dignidad se forja a raíz de una vida cómoda y decente. Nadie, que no tenga las condiciones mínimas de subsistencia, puede estar tranquilo. Y esa tranquilidad, entiendo, nunca será posible mientras tengan que estar rogándole una ayuda eterna al resto de la sociedad. 

No es justo que tengan que mendigar para sobrevivir y comer. Mucho menos razonable es, sin embargo, que lo tenga que hacer todo un pueblo. Busquemos, porque es urgente, alguna salida a este problema.

Cambiando nueva vez de tema, olvidé la gran felicidad que me embargó la semana pasada, cuando un camión del Ayuntamiento del Distrito Nacional recogió la basura de los contenedores de la mitad de mi calle.

Como no se trataba de un camión recolector sino de uno de esos pequeños que tiene el Ayuntamiento para limpiar algunos espacios, el vehículo se llenó antes de recoger la gran cantidad de basura que había. La de mi edificio, al menos, pudo ser retirada.

Nadie ha vuelto después de aquel hermoso jueves de principios de noviembre. La que faltaba por recoger se quedó allí y, como es lógico, los zafacones que una vez estuvieron vacíos han vuelto a llenarse.

A pesar de que intentaba olvidar ese asunto, esta mañana tuve que recordarlo a la fuerza: cuando escuché que, a petición del síndico Roberto Salcedo, se suspendió la sesión extraordinaria que la Sala Capitular tendría para el martes pasado. En esa reunión se hablaría, precisamente, del problema de la basura.

Tanto Salcedo como el bloque de regidores perredeístas solicitaron más tiempo para esperar que la comisión de finanzas pueda terminar un informe acerca de los contratos que tiene el cabildo con las empresas recolectoras de basura.

Mientras dicha comisión se atrasa cada día con un informe en el que trabaja desde el 19 de octubre pasado, nosotros tenemos que continuar viviendo entre la porquería. Menos mal que votamos por una alcaldía que se esmeraría en hacer de nuestra ciudad un lugar más agradable. De lo contrario, habría que cerrarla y olvidarla para siempre.
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m.capitan@hoy.com.do

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