Un muro contra nuestra irresponsabilidad

Un muro contra nuestra irresponsabilidad

Rafael Acevedo

No siempre está claro quiénes están más libres y seguros, si los de este o los del otro lado, los de adentro o los de afuera. Hesse, Bachelard y otros estudiosos de la sociología y la sicología espacio-ambiental, han explicado cómo los muros, las puertas y las ventanas son expresión de nuestros temores respecto a los extraños, al mundo circundante. Los muros son barreras reales, cuyo efecto separador es materialmente efectivo. Hay también las llamadas barreras simbólicas (Newman) cuya función de separar supone que entendamos y respetemos determinados símbolos. Una línea discontinua puede separar carriles, superficies. Un simple cambio de nivel, o en la decoración y ambientación pueden indicar al extraño que no debe pasar del umbral de un edificio o de un área. También lo hace un jardín, un letrero, un objeto que una cultura determinada haga entender y respetar. Las fronteras entre países suelen ser defendidas por barreras y obstáculos reales: fortalezas, muros, ejércitos.
Es condición del Estado la propiedad territorial exclusiva. Familias, empresas, clubes, iglesias requieren espacios exclusivos. Antiguamente abundaban los territorios deshabitados; montañas y ríos hacían menos necesaria la vigilancia de las fronteras. Aun existen comunidades donde nadie invade ni roba, donde no se cierran las puertas de las viviendas. Ni se teme que extraños entren y coloquen esteras en los rincones que les agraden.
En nuestro país cada vez hay menos seguridad en el barrio, el campo y en las viviendas. Los dominicanos sentimos especial aprensión respecto a los haitianos principalmente por lo poco en común que tenemos con ellos. En campos y barrios pobres hay creciente temor y rechazo de personas ellos particularmente por carecer de identificación, hombres solos sin familias ni domicilios conocidos, que no comparten la lengua ni hábitos locales. Constituye hipocresía hablar de buena vecindad con los haitianos bajo las precarias condiciones de seguridad en el país. Cualquiera dominicano comparte y convive con extraños bajo condiciones estructuradas y predecibles, en espacios controlados (por ejemplo, en una universidad, en un hotel o en un aeropuerto).
Hace treinta años, mi amigo Rafael Martínez desarrolló un diseño del muro fronterizo. Entonces parecía exagerado y remoto, todavía parecía rudo obstaculizar a alguien que solo viene a buscar comida. Pero en verdad, el muro no es solo contra haitianos indocumentados; sino también para evitar que un pueblo y un Estado irresponsables continúen dando cabida a extranjeros a los que no puede proteger, ayudar, ni controlar. Es irresponsabilidad dejarlos deambular sin documentos, o laborar bajo situaciones inciertas e inhumanas de explotación, afectando a menudo la vida de nuestros campesinos y residentes barriales. El Estado y el pueblo dominicanos cometemos delito de lesa humanidad dejando ingresar estas gentes sin protegerlos debidamente, como Dios manda. Ciertamente, caminamos hacia un conflicto étnico e internacional de envergadura. El pueblo y el Estado dominicanos también hemos demostrado carecer de disciplina para controlar nuestra frontera.
El muro debe ser estudiado y considerado seriamente, en brevedad, para salvar a los haitianos de nuestra irresponsabilidad. Y librar a los dominicanos de una presencia gravosa, masiva y sin control.

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