Un nacionalista convencido

Un nacionalista convencido

Cuando cursaba el  bachillerato hice amistad con el hijo de un comerciante rico, el cual tenía romántica afición por las trabajadoras domésticas de su casa.

– Hay una nueva – me dijo un día – que es un verdadero bizcocho, pues tiene cara hermosa, y un cuerpo con mas curvas que la caminata de un  borracho en horas de madrugada. Le estoy girando, como hago con todas, pero parece que no me será fácil conquistarla.

Seguramente se está haciendo la difícil para luego ponerle precio a su entrega, pero con el semanal que me da papá, eso no es problema.

No visitaba prostíbulos, a diferencia de la mayoría de sus condiscípulos, que hasta tenían relaciones íntimas con las mujeres que hacían sala en ellos.

– Con las domésticas se gasta mucho menos, y hay escasísimo riesgo de contraer una enfermedad venérea, a diferencia de lo que ocurre con las que viven de sus cuerpos- manifestó una noche en que rechazó la invitación a un lenocinio que delante de mí le formuló un amigo común.

– Prefiero pasar una noche con una fregona mal tallada, fea, que con una prostituta de rostro hermoso y anatomía escultural- agregó con cara disgustada y tono de voz enfático.

Concluidos los estudios secundarios su padre lo envió a estudiar a una universidad extranjera, donde cursó la carrera de Medicina, especializándose en psiquiatría.

Al retornar al país, invitó a un reducido grupo de amigos, entre ellos al autor de estas líneas, a una cena en su hogar.

Como era de esperar, sus invitados le preguntamos si había ejercido el mujerieguismo en la nación donde obtuvo su título académico, y su respuesta llegó precedida de una sonrisa forzada.

– No solamente lo hice allí, sino en otras naciones que visité durante las vacaciones, pero confieso que con pocas tuve buena comunicación, pues eran poco cariñosas, metalizadas, y sobre todo, avaras del elogio hacia el hombre con quien establecen relación de pareja- respondió-. Llegué también a la conclusión de que la dominicana es una de las mujeres más limpias de la bolita del mundo.

Por aquellos predios sufrió mi olfato tantas agresiones grajiles femeninas, que hoy valoro la afición al jabón, el talco y el desodorante, de nuestras encantadoras compatriotas; sobre todo, de las que bregan y sudan con el fuego de la cocina.

Todos reímos con espontáneo orgullo nacionalista.

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