Un nostálgico don Juan de los funerales

Un nostálgico don Juan de los funerales

Me saludó deferente, aunque no lo reconocí. Me recordó que siendo joven visitaba mis hermanas cuando yo estudiaba en Chile, que iba desde otro pueblo a San Francisco, prendado de las bellezas  que vivían en la población, en especial, en la avenida Camilo: las Valeriano, las Fernández, las Sabas, y otras muchachas hermosísimas de reconocidas familias.

Vestía de sport elegante, con chaqueta crema y camisa azul claro. Se veía discreto aunque no de luto, esbelto, un poco enjuto, en sus tempranos setentas; calmo y amable dándole condolencias a la familia del difunto, un amigo común que nos abandonaba a una edad todavía útil.

Se acercaba discreto a los que llegaban, abrazaba a algunos y, con exquisitos modales de príncipe provinciano curtido y curado en París, aunque sólo fuesen unos meses, hacía una  leve reverencia a cada dama acompañada y una galantería un poco menos recatada, a las que iban solas.

Lo veía con el rabillo del ojo sacar del bolsillo un puñado de caramelos, de “mentas”, como les decimos los cibaeños a todos los caramelos de ese tipo, tengan sabor a frutas o a la propia menta. Y como en los viejos tiempos, brindaba a unos y a otras que les quedaban próximos. “Cada día más me gusta asistir a los funerales”, me dijo. “Sólo en estos lugares me encuentro con las gentes de mi tiempo, y con tantos seres queridos. En los mortuorios puedo saludar a todos los que ya no salen de sus hogares porque están algo enfermos, con amigos que ya pertenecen a otros círculos de negocios o de intereses, o que están demasiado ocupados para hacer visitas particulares. Personas a las que no puedo encontrar en un baile en el Club Naco. Aquí los veo a todos juntos y podemos hablar. Si fuera en un centro recreativo, la música estridente no te deja hablar con nadie. Hace poco, en el Country, tantas gentes de mi pueblo en unas bodas, pero el ruido de la orquesta no me dejó decirle a nadie lo mucho que me alegraba de verles. Y eso, que se supone que una boda es un encuentro de familiares y amigos.”

“En los funerales también puedo ver esos rostros que tanta fantasía producían a mi mente de poeta nunca realizado. Algo ajados por el tiempo, pero siempre hermosos, que ahora puedo amarlos con distancia y desinterés.”

Lo vi partir como un llanero solitario, luego de su misión cumplida. No le pregunté ni siquiera cómo se llamaba. Pero me pareció que nos interpretaba a muchos de los que allí estábamos. Y me quedé compartiendo la nostalgia y saboreando una “menta” de miel que me obsequiara este romántico amigo, caballero  de los funerales.

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