Un nuevo año para la esperanza

Un nuevo año para la esperanza

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
En estos días festivos uno de mis apreciados sobrinos llegó a mi casa con la nota baja, proclamando que está trabajando intensamente y pretende ahorrar para irse a vivir lo antes posible a otro lugar.

Profesional competente, con postgrado en Europa, con buen empleo y presencia en la vida nacional, no podía ocultar su decepción y hasta me recordó “lo vana que ha sido la lucha” por hacer más habitable el país de sus padres y la mía, de la generación de los sesenta que irrumpió en el escenario universitario pretendiendo dar un giro radical al curso de la nación.

Mi respuesta no se hizo esperar: ninguna lucha por el bienestar colectivo resulta vana, como tampoco es cierto que el país no ha avanzado. Nosotros mismos, toda mi familia, proveniente del campo y del batey cañero, como muchos dominicanos y dominicanas, somos una muestra del avance. Hemos alcanzado altos niveles profesionales y somos ejecutivos nacionales. Nuestros hijos han accedido a postgrados en algunas de las mejores universidades del mundo. Hemos viajado por los continentes y disfrutamos de viviendas y automóviles confortables.

En otras palabras, que somos de ese 10 por ciento privilegiado de la sociedad dominicana, que no tiene razón para quejarse, aunque suframos apagones y desórdenes como el de la circulación vehicular. Porque a pesar del preocupante incremento de la delincuencia, todavía vivir aquí es más seguro que en la mayoría de los países latinoamericanos.

Compararnos en cualquier aspecto con Estados Unidos o Europa sólo es valido para seguir luchando por mejorar, pero no para la frustración. Nos llevan décadas de organización social y siglos de progreso integral.

El asunto es que los dominicanos y dominicanas hemos sido presas de una tendencia a la queja y a la huida, que abarca hasta a los privilegiados. Estamos consumiéndonos en el pesimismo, lo que nos empuja al individualismo, por un lado, y a la indiferencia por otro.

Este como todos los países es y será siempre el resultado de las luchas de sus hijos por hacerlo progresar. Lamentablemente el progreso social, el bienestar general, el desarrollo integral no se ha logrado en ninguna sociedad tan rápido como todos quisiéramos. Si fuera así la sociedad humana en general sería un paraíso. Si no comprendemos esa realidad, nos exponemos a la frustración.

La obligación de proseguir luchando por mejorar el país es un imperativo mayor para todos los que hemos alcanzado grados significativos de bienestar. Y debe ser un orgullo personal que esto no nos insensibilice ni nos empuje a la indiferencia y que resistamos y combatamos la corrupción.

Me alegró comprobar que el sobrino reaccionó positivamente. Más aún no creo que estuviera seriamente pensando en irse. Está consciente de que este es el único lugar donde no es extranjero y tiene plenos derechos. Pero, como muchos, pasaba por un momento de desaliento.

El mandato de “año nuevo, vida nueva” nos obliga a la reflexión en estas horas en que concluye el 2005 y nos sumergimos en el 2006, en primer lugar para que vivamos con intensidad este nuestro único tiempo en el difícil pero hermoso discurrir de la vida humana, apreciando lo que hemos logrado y renovando propósitos y metas para el inmediato, mediano y largo plazos.

Lo más sublime del ser humano no es su capacidad para la autosatisfacción ni la individualización, sino para relacionarse con los demás, para amarlos y preocuparse porque el bienestar sea un bien común. La acumulación es base de progreso, pero excesiva y obsesiva hace daño y cierra los poros de la sensibilidad humana.

Al comenzar este nuevo año los dominicanos y dominicanas tenemos que desafiarnos al optimismo y la esperanza. A la perseverancia en la lucha contra nuestros males y debilidades ancestrales. Al convencimiento de que tenemos un terruño habitable y somos una sociedad perfectible. Pero sólo en la medida en que luchemos por lograrlo, porque nada hermoso ni trascendente se nos regala, hay que ganárselo sembrando semillas, sino para nuestro disfrute, para nuestros descendientes que en su inmensa mayoría no podrán irse para ningún lado, aunque lo quieran.

El 2006 debe ser un nuevo año de luchas y esperanzas.

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