Un nuevo centro de arte en la Zona Colonial

Un nuevo centro de arte en la Zona Colonial

POR MARIANNE DE TOLENTINO
El movimiento artístico se iba desplazando hacia los barrios residenciales flamantes de Santo Domingo, pero felizmente los centros institucionales siguieron preservando la vigencia de las exposiciones nacionales e internacionales, a menudo de alto nivel, en la Zona Colonial, y, hoy en día, también observamos allí un renacer de las galerías de arte.

Gracias a la pintora Amaya Salazar y a su sobrina Bingene Armenteros –que ha hecho sólidos estudios de arte, en el área de la historia y del mercadeo–, Arte Berri acaba de abrir sus puertas. Aúna el encanto de la casa plurisecular, finamente restaurada, que deja transparentar vestigios de época, con excelentes instalaciones para el arte moderno y contemporáneo. Muy buena distribución de los espacios y óptima iluminación confieren realce a cada una de las obras.

Obviamente el lugar permitirá a Amaya Salazar una presencia permanente de su obra pictórica y escultórica, y simultánemente será una plaza dotada de las mejores condiciones, para otras muestras individuales y colectivas. La exposición de apertura, titulada “Entre Generaciones”, testimonia esa orientación. El curador, Carlos Acero Ruiz, artista polivalente que se ha apasionado por la crítica de arte, define el nuevo centro. Ni hay ni habrá exclusiones: no solamente tendrán su sitial los consagrados –incluyendo a los artistas “faros” ya fallecidos–, se acogerá igualmente a los talentos jóvenes en vía de notoriedad.

Una galería de arte debe tener una orientación, y no confundirse con una mezcla de estilos y tendencias, ofrecidas al mejor postor… Arte Berri, al menos en su primera manifestación, propone una creación visual, a la vez exigente y abierta, de esmerada factura. Es uno de los objetivos de la curaduría, otro, no menos importante, consiste en demostrar que, en el arte dominicano, no hay fractura, sino una continuidad, desde las personalidades forjadoras del arte moderno hasta las últimas, inmersas en la contemporaneidad. Parece que se va a preferir a los artistas –aun emergentes todavía, herederos de una tradición y de formación académica– a los declaradamente experimentales. No obstante, las próximas exposiciones confirmarán esa “apuesta” que eslabona las generaciones y enseña por ejemplo cuánto perdura la juventud de Clara Ledesma y su figuración mágica, o la absoluta actualidad de Fernando Peña Defilló con sus sobresalientes paisajes y sinfonía de colores.

Los expositores

Las obras expuestas, con excepción del boceto y las telas de Amaya Salazar, son de formato moderado y pertenecen a varias categorías de la plástica y la gráfica. Carlos Acero pondera esa opción: “En el conjunto hemos incluido pintura, fotografía, dibujo y cerámica, disciplinas, en las que han descollado cada de uno de los seleccionados”.

Amaya Salazar, como anfitriona, presenta una pequeña exposición individual, que revela una evolución dentro de una formulación pictórica personal, siempre mantenida. El color sobre todo ha cambiado, pasando de tonos mediatizados –que evitaban el verde–, a una paleta altisonante, resueltamente tropical. Los escenarios cobran mayor vitalidad, y los personajes lucen menos nostálgicos en su placidez contemplativa. Así mismo la naturaleza antillana y las palmas surgen como un elemento identificador. Bingene Armenteros ha escrito un comentario muy justo acerca de los diferentes componentes de la obra actual.

Nos descartamos que Amaya exponga paisajes como tema dominante, sobre todo luego que hemos descubierto a su impactante mural en el Hotel Hilton. Una artista distinta, contemporánea, con una fuerza impactante, un relieve neo-expresionista y materiales pétreos, labrados  a puño de cantero… Apreciamos a su sensible vertiente escultórica –presente en Arte Berri–, heredera de Camille Claudel, y sus bronces impecables, pero indudablemente la versión mural de la palmera le está abriendo otras perspectivas.

Si ahora recorremos el circuito colectivo, la pintura propone obras que difieren de la acostumbrada producción de sus autores o se destacan por una calidad especial. Clara Ledesma está representada por una encantadora figura mítica, estilizada, que surgió de sus “universos”. Fernando Peña Defilló, ese virtuoso maestro del color, de lo formal y lo informal, de lo real y lo onírico, nos deleita con dos paisajes inspirados y sugerentes, de medios mixtos..

La “antología” de Prats-Ventós”, que solicita un minucioso desciframiento, es una de las mejores pinturas que le hemos conocido. Una hermosa encaústica de Sacha Tebó recuerda  su maestría polifacética. En cuanto a Teté Marella, volvemos a la Teté que queremos, con extrañas criaturas y un mundo lúdico: estas dimensiones estimulan originalidad, delicadeza. y atmósfera fantástica. De las artistas jóvenes, Yulí Monción y Lucía Méndez, se ha escogido obras de calidad, que ponderan su carrera ascendente y su identidad criolla. La primera interpreta con emoción las casuchas de la pobreza rural, la segunda coloca a sus mujeres en un contexto ritual –donde por cierto la palabra escrita nos parece totalmente innecesaria–.

Hay pocas fotografías, pero ambos artistas aportan una excelente contribución.  Las  imágenes –intervenidas– de Ángel García son mucho más interesantes y motivadas que cuando capta playas y marinas. La arquitectura contemporánea lo fascina, y él nos retransmite esa fascinación, tanto en el encuadre y la composición como en los detalles. En cuanto a Clara Martínez Teddy, volver a disfrutar su intimismo fotográfico y su dominio del claroscuro, nos hace sentir su ausencia y su partida hacia lejanas tierras del Medio Oriente.

La tercera dimensión tiene igualmente una presencia de alto nivel, empezando por los bronces magistrales de Antonio Prats-Ventós y de Sacha Tebó. La cerámica adquiere a través de una pieza, una especial relevancia. Se trata del homenaje al perro pre-colombino de Thimo Pimentel, tan perfecto en forma, superficie y color, tan enternecedor, que el espectador difícilmente se aleja de su vitrina “perennizante”. La miniatura barrográfica se inscribe en la coherencia matérica y la diversificación creadora de un artista emprendedor e incansable.

“Entre Generaciones” se recordará como una exposición de apertura, seria y minuciosamente seleccionada, un buen presagio para el futuro de “Arte Berri”. Indudablemente la curaduría de Carlos Acero ha sido un acierto.

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