Un nuevo desastre en el Oriente Medio

Un nuevo desastre en el Oriente Medio

Comentario Editorial
Resulta difícil subestimar los peligros de la escalada actual en las hostilidades en el Oriente Medio. Los militantes palestinos en el sur de Gaza israelí, y las guerrillas de Jizbolá del otro lado de la frontera norte con el Líbano ejecutaron asaltos y secuestraron uno y dos soldados israelíes, respectivamente, provocando una lluvia de cohetes y proyectiles sobre sus poblaciones.

Por supuesto, esto ha ocurrido ya muchas veces. Pero el contexto regional nunca ha estado peor. La invasión de Irak desmembró el estado iraquí, fragmentó el país, desató la guerra sectaria y estimuló el extremismo de los “yijadis”. Irán teme ser atacado y mantiene a sus incondicionales -entre ellos, el Jizbolá- en pie de guerra. La comunidad internacional, encabezada por unos Estados Unidos que han abandonado casi toda legitimidad en el mundo árabe y musulmán, ha permitido que el conflicto palestino-israelí se deslice hacia un fait accompli favorable a Israel, una ocupación territorial que garantizará que se vierta sangre por varias generaciones.

Y ahora, un débil gobierno israelí está tolerando que el país se absorbido, o mejor tragado de nuevo hacia una guerra asimétrica por parte de rivales más débiles, pero astutos.

Ehud Olmert, el primer ministro, y Amir Peretz, su ministro de Defensa, no pertenecen a la clase guerrera que tradicionalmente ha constituido la elite gobernante de Israel. Parecen estar tratando de fijar sus credenciales mediante los golpes, y dejando hacer a un mando militar con su orgullo herido por las recientes incursiones enemigas para que dicte las reglas del juego.

Hasta ahora, situaciones similares a estas han llevado al desastre. En 1982, el ex primer ministro, ahora incapacitado, Ariel Sharon, como ministro de Defensa, aprovechó un pretexto anémico para invadir el Líbano, con el fin de aplastar a la Organización de Liberación de Palestina. El resultado fue el sitio a Beirut por dos meses que eliminó 19,000 personas, destruyó la reputación de Israel y dio lugar al ascenso del Hizbollah. La última invasión del Líbano por Israel en 1996 tenía como objetivo aplastar al Jizbolá. El movimiento islámico chiíta surgió grandemente fortalecido, mientras la imagen de Israel salía aún más manchada por la masacre de refugiados en la base Qana de la Organización de Naciones Unidas. 

Las represalias de Israel en esta ocasión son desproporcionadas, ilegítimas bajo las reglas internacionales que proscriben el castigo colectivo de poblaciones enteras y que ya han resultado en grandes pérdidas de vidas de civiles, en especial, de niños.

Ninguna de las partes puede alegar la mayor estatura moral, puesto que Israel y sus rivales, como Hizbollah, han acudido a la captura de rehenes y al asesinato como instrumentos de la política y aparte de toda fanfarronería, tienen un récord establecido de negociaciones que han llevado al intercambio de prisioneros. Sin embargo, la amenaza de Israel de lanzar una ofensiva prolongada contra el Líbano, que quizá se extendería a Siria, mientras que simultáneamente incrementa los golpes aéreos contra la densamente poblada Gaza, pide a gritos la intervención internacional.

Cuando escribía recientemente en Haretz, Yossi Beilin, el ex ministro de Justicia de Israel y arquitecto de los acuerdos de Oslo, recordaba la procesión de presidentes estadounidenses -Richard Nixon, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George H. W. Bush y Bill Clinton- quienes dedicaron intensos esfuerzos para lograr la paz en el Oriente medio, en cada detalles tan import6ante para el futuro de Israel. La actual administración Bush, en contraste, estuvo “casi ausente cuando Israel necesitó un tercer elemento poderoso”.

Es así. Ya no se trata -si es que alguna vez lo fue- de alguna trifulca regional. En las circunstancias actuales, tanto como cuando existía la guerra fría, un disparo en el Oriente Medio hará eco en todo el mundo.

VERSION: IVAN PEREZ CARRION

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