UN NUEVO PACTO DEL SABER

UN NUEVO PACTO DEL SABER

Limitar la especulación a través de la imaginación significa obviar el arduo proceso de investigación científica, de la cual la especulación misma es parte. El mundo se hace verificable mediante varias hipótesis, y siempre siguiendo las intuiciones del investigador, que procura crear un espacio capaz de generar una nueva perspectiva de la realidad.

En el caso de los saberes científicos y poéticos no hay evolución diferente o disímil, sino puentes colgantes e invisibles que pactan secretamente en una alta semejanza de especulación y certeza.

En este ámbito, la curiosidad intuitiva a través de la ciencia es indefinida. Jacques Monod declara un nuevo pacto entre la ciencia y el arte. Ya es hora -dice el filósofo francés- de que asumamos los riesgos de la aventura humana del conocimiento.

Ya es hora, además, para las nuevas alianzas, establecidas desde siempre, por tiempo ignoradas, entre la historia de los hombres, de la sociedad, de sus saberes y la aventura exploradora de la naturaleza y el mundo. Tanto en la ciencia como en la vida, es harto conocido que una cadena de sucesos puede encaramarse a un punto crítico que adulterará los cambios insignificantes.

Con esta nueva actitud exploradora de comunión, el saber científico deviene una audición poética de la naturaleza y contemporáneamente un proceso natural, proceso abierto de producción y de invención, en un mundo también abierto, productivo y caótico.

La elaboración científica de los hechos, que realiza cualquiera de las ciencias particulares, lleva al investigador a varias hipótesis, cuyos términos no parece descubrir ni enlazar por sí mismo. Pero, si bien la ciencia particular separa estos estados duraderos del incesante torbellino de alteraciones que llena el mundo histórico-social, sin embargo, dichos estados sólo tienen su origen y sustento en el fondo común de esa realidad; su vida transcurre en las relaciones con la totalidad de la que han sido abstraídos, con los científicos y poetas que son sus soportes con las demás formaciones duraderas que comprende la realidad.

Quisiéramos conocer la realidad misma como una totalidad viviente. Y así somos remitidos incesantemente al problema último y más general de las “ciencias del espíritu”: ¿hay un conocimiento de esa totalidad que es la realidad histórico-social?

El mundo multiforme de las creaciones poéticas, en su aparición sucesiva, sólo puede comprenderse, por lo pronto, en y desde la realidad total del contexto de la cultura. Pues la fábula, el motivo, los caracteres de una gran obra poética dependen del ideal de la vida, la concepción del mundo y la realidad social de la época en que nació y, si nos remontamos más aún, por la tradición y la evolución en la historia universal de los temas poéticos, los motivos y los caracteres.

Por tanto, el estudio de la historia de las obras científicas y poéticas está condicionado en dos puntos por el de la vida espiritual en general, ha dicho Dilthey en su “Introducción a las ciencias del espíritu” (1986). En primer lugar, en efecto, encontramos que depende del conocimiento del conjunto de la realidad histórico-social.

La conexión causal concreta está entretejida con la de la cultura humana en su conjunto. Pero, en segundo lugar, encontramos que la naturaleza de la actividad espiritual que ha producido esas creaciones actúa según las leyes que dominan la vida espiritual entera. Por esto, una verdadera poética, que debe ser una base para el estudio de la literatura y de su historia, tiene que lograr sus conceptos y principios de la unión de la investigación histórica con este estudio general de la naturaleza humana a través de las ciencias y otras instancias del saber. Por último, no es despreciable la antigua misión de esa poética: formular leyes e ideas para la producción de las obras poéticas a través del hacer científico.

Pensadores de la Ilustración del temperamento de Condorcet aún tenían la extravagante esperanza de que las artes y las ciencias no sólo promoverían el control de las fuerzas naturales, sino que también fomentarían la comprensión del mundo y del sujeto, y promoverían el progreso moral, la justicia de las instituciones e incluso la felicidad de los seres humanos.

El siglo XXI ha acabado con este optimismo. Pero el problema no desaparece, ¿deberíamos intentar aferrarnos a las intenciones de la Ilustración, por débiles que sean? ¿O deberíamos, siguiendo estas ideas, declarar que todo el proyecto de la modernidad es una causa perdida? La sociedad utópica, según el sabio Chuang-Tzu, es aquella donde sólo hay “sabios rústicos”, y donde no hay ningún tipo de técnica, ni deseo o necesidad. “Nadie teme a la muerte porque nadie le pide nada a la vida”.

Ello implicaría una drástica revisión experimental del concepto de ciencia con respecto a la vida, que además, creo, no resulta de un constructor certero y sistemático de objetividad, sino de una fuente inicial de impureza y caos. La evidencia primaria no es siempre una verdad primordial.

En puridad, según Bachelard, la objetividad científica sólo es posible rompiendo, en primer lugar, con el objeto inmediato, si se ha vencido el sortilegio de la elección inicial, si se han fijado y contradicho los pensamientos que nacen a la observación primera. “Debidamente verificada, toda objetividad exprésase en su primer contacto con el objetivo”.

En sus inicios debe criticar todo: la sensibilidad, el sentido común, la práctica más constante, hasta la etimología, pues el verbo, que está hecho para cantar y seducir, raramente encuentra la idea. Lejos de maravillarse, el pensamiento objetivo debe ironizar. Sin esta malévola vigilancia, jamás adoptaremos una actitud que elimine cualquier verdad pre-establecida.

La intuición anticipada de la ciencia incluye, también, una línea de fuga sobre el punto de partida de la investigación y funda en ello la sensibilidad de la imagen misma. Walter Benjamín fija en una “metáfora” lo que él define como una figura de despertar: tiempo en el cual la fuerza de la imagen en sí se une al movimiento del pensamiento.

El pensar imaginario supone el uso del valor metafórico del concepto, en cambio la intuición facilita el derrumbamiento de las barreras de los preconceptos y al mismo tiempo, como es natural, ayuda a fijar en imágenes la variedad de los planos del discurso.

Lo múltiple, que no es comunicable en el lenguaje de la exactitud, puede en cambio transmitirse con una metáfora, una figura, que mantiene en su interioridad la pluralidad de tensiones de lo real sin reducirla a igualdad, a indiferencia.

Los ejes de la poesía y la ciencia son, pues, en sus orígenes inversos y caóticos. Todo cuanto puede esperar la filosofía es una restitución de la poesía y la ciencia complementarias, unirlas como a dos contrarios bien hechos.

La imagen mediante el concepto, tantas veces asumido por científicos y poetas, puede no sólo llegar a integrarse en una unidad binaria de “planos de consistencias”, sino, además, a una alígera línea de fuga abstracta e incluso, podría llegar a crear una “máquina deseante” e ilimitada de imaginación, revirtiendo así el entendimiento y la razón desde una perspectiva novísima de interpretación del arte, de la ciencia, de la vida y del mundo.

‘‘ El mundo
multiform e
de las creaciones
poéticas, en su
aparición sucesiva,
sólo puede
comprenderse, por
lo pronto, en y desde
la realidad total del
contexto de la cultura.

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