Una sociedad es un ordenamiento cambiante, relativamente estable, producto de conflictos y discrepancias, relativamente institucionalizadas. Alguien dijo que se trata de “un orden negociado”.
En el caso dominicano conviene hacer una serie de observaciones. Por ejemplo, que “nuestro orden”fue establecido mediante una violencia extrema que exterminó la población aborigen y esclavizó a otras provenientes de tribus distintas e incapaces de comunicarse entre sí. Se originó una comunidad regida por europeos, “de primera”, un criollaje de dudosa paternidad, los “de segunda”, y un mestizaje diversísimo, que no pertenecía y aún no pertenece realmente a la sociedad-estado dominicana. En consecuencia, el orden no fue negociado, sino impuesto, originando un profundo conflicto estructural que ha saboteado el ordenamiento social.
Por otra parte, no menos trascendente, hemos tenido negociadores que no forman parte de nuestra cosa, de lo dominicano: importantes y determinantes intereses internacionales. Pero también hemos tenido negociadores criollos de dudosa identidad nacional.
Tras las dictaduras del siglo pasado, y una secuela de gobiernos de discutible vocación democrática, recibimos con esperanza y gran júbilo a la nueva generación de políticos, de la cual hubimos de esperar lo mejor para nuestro país, incluso la ilusión de una sociedad justa y auténticamente dominicana.
Cuántas y cuáles fuerzas, internas y externas, han llevado nuestro país a este escenario tan complejo y mal tramado que tenemos hoy; es un tema pendiente de análisis y entendimiento. Los observadores de la política, mayormente críticos ideologizados o cronistas historiográficos, poco profundizan en la naturaleza y causas de nuestros problemas.
Poca “atención analítica formal” se le ha prestado al sistema de transacción fraudulenta y al “pagas o pegas”, como estrategia de dominación y de establecimiento del precario orden negociado de nuestro país. Un orden de negociación en base a soborno y chantaje, en el cual lo institucional suele estar subordinado al interés de los grupos de poder en pugna. La mayor falla de los gobiernos recientes ha sido la de no desarrollar ni fortalecer los mecanismos que pudieren deslizar el sistema de equilibrios y negociaciones hacia un ordenamiento más sano y justiciero.
Llegamos así, al fin del proceso a un orden pobre y tristemente negociado que algunos prefieren llamar “dictablanda”, una cosa que no es dictadura, ni tampoco democracia; que tiene apariencias de orden institucional civilizado, a la vez que el desorden y la desobediencia se desbordan por sobre los constreñimientos legales, formales y simbólicos de la cultura y sociedad, y hasta por encima de aceras, verjas y alambradas y otras barreras reales de hormigón, varillas y cemento.
En este sistema de chantajes recíprocos, los gobiernos de turno solamente tienen el poder que les confiere el presupuesto y la autoridad de firmar cheques y contratos, nombramientos y despidos. Han fallado en cuanto apoyarse en los ciudadanos parafortalecer los mecanismos institucionales de la democracia. Lo cierto es que desesperadamente necesitan encontrarse con la sociedad y ser defendidos por esta. Sería la única forma que tendrían los gobiernos nacionales para enfrentar esas formaciones subversivas del orden institucional, que permean los poderes y las fuerzas públicas.