Un país de ciudadanos ejemplares y no culpables

Un país de ciudadanos ejemplares y no culpables

He llegado a la conclusión de que en las últimas dos décadas la República Dominicana se ha convertido en un país de ciudadanos ejemplares y no culpables. Este raro fenómeno social, inexplicable en un irreverente siglo veintiuno, caracterizado por la revolución tecnológica, la pulverización de múltiples paradigmas, ideologías, creencias, valores y verdades, parece tener su explicación en la interiorización por un amplio segmento de la población de que los problemas, el incumplimiento de las leyes y todas las faltas y fallas son propiedad exclusiva de los otros, yo soy un ciudadano ejemplar y no culpable de esta desgracia.
Con relativa frecuencia hago un recorrido por la profusa cantidad de programas de comentarios existentes en la radio y la televisión, por los artículos de opinión en periódicos y revistas, así como por las redes sociales, encontrándome sorprendentemente con las opiniones, no solo de algunos que hacen gala de sus “vastos” conocimientos sobre los diversos, multifacéticos y complicados problemas que aquejan al país, sino con ciudadanos comunes de a pies que dan extensas y profusas cátedras de cómo enfrentar cuestiones tan disímiles como el caos del tránsito, la problemática fiscal y presupuestaria, la crisis del sistema eléctrico, la del sector salud, la inmigración ilegal, la corrupción pública y privada, las debilidades del sistema educativo, la arrabalización de los espacios públicos, la delincuencia, el descrédito de las instituciones policiales y militares, y otra lista interminable de problemas y dificultades que afectan al país.
Una situación similar a la que observo en los medios radiales, escritos, televisivos y redes sociales, la veo también en las reuniones con grupos familiares, encuentros sociales, en el trabajo o en tertulias de esquinas y colmadones. Muchas gentes, demasiado gente que se queja de lo mal y complicado que está todo, pero todos señalan a los demás como responsables, a nadie se le ocurre pensar o reflexionar: qué parte me toca de la responsabilidad por las cosas malas que tenemos, qué he estado haciendo para cambiar la situación, cuál es mi conducta diaria frente al cumplimiento de las leyes y las normas que regulan la conducta de los ciudadanos del país, cómo conduzco mi vehículo en las vías públicas, cuál es mí conducta cuando me ha tocado ser funcionario público, o político, o policía, o militar, o empresario, o chofer de carro público, o diputado, o senador, o un simple obrero.
A todos los que escucho son ciudadanos ejemplares y no culpables. Las violaciones del tránsito las cometen los otros, las leyes las violan y son para los demás, quienes se corrompen son aquellos. En fin como todos somos ciudadanos ejemplares y no culpables, no nos podemos quejar, aunque tengamos la “percepción” de que vamos a la deriva. Tenemos un gran país.

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