Un país de postergaciones

Un país de postergaciones

La degradación del río Ozama por los grandes volúmenes de contaminantes que vierten en sus aguas industrias, fincas y poblados ribereños, es un problema ecológico que el Estado tiene que resolver con carácter de urgencia.

Del conocimiento de esa realidad por parte de funcionarios ambientalistas y  grupos conservacionistas del país, es que han surgido estudios minuciosos sobre estos problemas y programas de rescate que nunca han sido emprendidos.

Sin embargo, también en este aspecto se ha puesto de manifiesto nuestra costumbre de aplazarlo todo después de haberlo iniciado, sin reparar en los costos  e inversiones implícitas.

En 1991, el entonces presidente Joaquín Balaguer emitió los decretos 358 y 359 que disponían la ejecución de un proyecto de saneamiento del río Ozama. Nada se hizo entonces, ni posteriormente.

En 1997, durante el primero de los períodos de mandato del doctor Leonel Fernández Reyna, fue acuñado el nombre Rescate Social Urbano y Ecológico del río Ozama (Resure), un proyecto que involucraba el traslado de doce mil familias, la rehabilitación de cuatro mil viviendas y la construcción de otras tres mil. Nada se ha hecho al respecto.

Desde antes de asumir la Presidencia de la República en el año 2000,  Hipólito Mejía había anunciado la construcción de doce mil viviendas y la inversión de US$415 millones en cuatro años en las riberas del Ozama. Tampoco se hizo nada.

Esta es, a grandes rasgos, la cronología de aplazamientos del rescate del río Ozama. Sería interesante saber cuánto hemos invertido -y perdido- en la financiación de  estudios y proyectos afines a estos aplazamientos.

De esta manera, con tantos aplazamientos de cosas importantes, no se puede pretender construir una nación competitiva.

Culto al atraso
Uno de nuestros mejores aportes al atraso y al estancamiento es el descuido persistente de la enseñanza pública.

La insuficiente inversión, que no se corresponde con una proporción adecuada ni del Producto Interno Bruto ni del presupuesto nacional, sin duda pone obstáculos al progreso de este país.

Por ejemplo, en planteles públicos de Santiago miles de estudiantes carecen de butacas y tienen que tomar clases sentados en latas, bloques o en el suelo.

En algunos planteles todavía no han  sido concluidas las reparaciones que debieron ser terminadas antes del inicio del presente año escolar.

En esta materia también evidenciamos vocación por las postergaciones, y lo practicamos con la educación, que es uno de los elementos determinantes del progreso de los pueblos.

No hay manera de entender que puedan pasar estas cosas en un país que pregona con cuestionable orgullo la bonanza de la economía.

No se concibe que el crecimiento económico no llegue a las aulas, que no se proyecte hacia la educación en términos de crear las condiciones óptimas para la enseñanza.

Desde luego, la situación no se contrae a los planteles públicos de Santiago ni se limita a falta de butacas.

No estamos hablando de ninguna novedad pues año tras año hay dificultades en las escuelas, por una u otra causa. Es una especie de culto al atraso.

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