Un país en donde el juego de azar supera el trabajo cotidiano

Un país en donde el juego de azar supera el trabajo cotidiano

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ ROJAS
Según el Código de Trabajo, la jornada laboral es de cuarenta y cuatro horas por semana; sin embargo, los diferentes tipos de juegos de azar se realizan durante los trescientos sesenta y cinco días del año, sin respiro por vacaciones o por días  feriados, lo que ha traído como consecuencia que una gran parte de los obreros y trabajadores agrícolas cifren sus esperanzas en la suerte, disminuyendo el tiempo dedicado a las tareas productivas.

En una ocasión escribimos sobre la proliferación de las denominadas bancas o consorcios de apuestas.  En cualquier apartado rincón del país y hasta en las escarpadas montañas que tanto abundan en nuestra isla, se hallan estos engendros esquilmando a los incautos los pocos centavos que se ganan honestamente.  A partir de ahí, al encontrarse sin recursos, cualquier cosa le  puede venir a la mente para procurarse el sustento. Préstamos de usura, robo, asalto, cayendo más tarde, en el tráfico de sustancias prohibidas, en donde se piensa, que es la manera de ganar dinero fácil.

Hasta hace unos pocos años, las jugadas de gallos solo se efectuaban los fines de semana.  Los síndicos, en su afán de captar impuestos indirectos, ampliaron los días de lidia y actualmente se realizan encuentros todos los días de la semana.  Con la excusa de que el «gallerismo» es un deporte y los que apuestan, deportistas, la Secretaría de Estado de Deportes y Recreación se ha hecho de la vista gorda, permitiendo este homenaje a la tahurería.

El Estado Dominicano ha sido el mayor propulsor del juego diario, legalizándolo bajo la premisa de que los apostadores lo hacían utilizando loterías extranjeras, como era el caso de la famosa «caraquita».  De ese modo, el gobierno percibe pingues beneficios derivados del empobrecimiento de sus ciudadanos.  Por eso es cuestionable el programa de lucha contra la pobreza, o el que acaba de establecer el partido en el poder de «comer primero», si permite que el magro salario que perciben los desposeídos, se lo arranque una banca o los denominados «palés», sólo para que el erario se beneficie de la ignorancia del pueblo.

Hay veces  que nos preguntamos como es que los organismos internacionales no condicionan los préstamos que acuerdan a países tercermundistas, a que los juegos de azar sean regulados y que los mismos sean limitados.

Hemos llegado a tales extremos, que ahora, la banca y las instituciones cooperativistas y de ahorros, se han contagiado con la fiebre del juego y ofrecen cupones electrónicos por determinada cantidad depositada y hasta «rayaditos» por el envío de remesas, explotando la incultura y el deseo de los usuarios para obtener supuestas ganancias, lo cual se traduce en captación de beneficios extraordinarios para la institución.

En las ciudades principales hemos observado la multiplicación de los bingos, que aunque se efectúan de noche, han sido motivo de disgustos familiares, no sólo por el tiempo que se dedica a este tipo de actividad, sino a la asiduidad de los que asisten a este tipo de juego.

El Congreso que debería ser el ente regulador, tiene entre sus miembros destacados propietarios de bancas y consorcios. Por tanto, le correspondería al Poder Ejecutivo, en tanto que sostenedor de la Lotería Nacional limitar los días de jugadas y eliminar de nuestros campos, villorrios y ciudades este comején que constituyen las llamadas bancas de apuestas, con lo que estamos seguros que se disminuiría la vagancia y los

maleantes que deambulan por doquier, acogotados por el vicio del juego. La sentencia popular en estos casos es profética: «el que juega por necesidad, pierde por obligación».

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