Un país en pie

Un país en pie

El domingo último salió a la calle una muestra bastante representativa de nuestra composición social, y lo hizo para expresar que el país está hastiado de tanta violencia, de tanta criminalidad e inseguridad. Primaron en esa actitud la autoridad moral de quien convocara, en este caso la Conferencia del Episcopado Dominicano, y en segundo término el convencimiento de todos de que hay que salirle al paso a este estado de cosas.

No es la primera vez que este país se ha puesto en pie para expresar su sentir y hacerse sentir, para desplazar y aplastar a quienes han sido irreverentes con su condición de pueblo sumiso y bueno, bullanguero y laborioso, hospitalario y solidario.

Lo que este pueblo ha dicho, con esta presencia del domingo en las marchas simultáneas que en varias ciudades encabezaran dignatarios de la Iglesia Católica y otras denominaciones religiosas, es que está dispuesto a levantarse contra la violencia y otras perturbaciones sociales.

En los últimos tiempos la criminalidad ha hecho galas de sus habilidades para provocar muertes, despojo de propiedades, violaciones de todo género y mucha inseguridad ciudadana. Su accionar coincide, por un lado, con la puesta en vigencia de unas normas procesales basadas en el respeto de los derechos humanos y la preservación de la libertad individual, y por el otro lado, con el hecho de que la Policía Nacional está desvalida en cuanto a equipos y personal, aunque en vías de recomponerse para garantizar la seguridad.

-II-

Pero hay otras manifestaciones de violencia que deben convocarnos a ponernos en pie y fijar posición y rumbo. Hay quienes lavaron oro con una cotización del dólar que en un momento dado fue despiadada y artificialmente alta -mucho más de RD$50 x US$1- y que ahora se esfuerzan y fuerzan por volver a aquellos tiempos.

A esa gente hay que darles un «no» contundente, como el que se ha dado a la criminalidad y la violencia. El país está en el deber de ponerse en pie contra toda práctica de artificio que pretenda distorsionar el mercado cambiario para engordar algunas arcas particulares.

Del mismo modo, la población debe decirle «no» a aquellos que hicieron zafra especulando inmisericordemente con los precios, y que ahora, desmontada la prima de su pedestal, se resisten a reajustar valores como corresponde. Todos conocemos que las estructuras de control de precio han sido en este país entelequias burocráticas y que los acuerdos con la Organización Mundial de Comercio (OMC) les dieron el tiro de gracia.

Por doble vía, hay una real amenaza contra el poder adquisitivo, contra el tímido repunte del valor del salario, contra la revalorización del deprimido peso. A esas cosas, que son violencia, hay que oponerse resueltamente como se hizo el domingo y como se ha hecho en otros tiempos.

La gente debe resistirse a comprar aquellos artículos cuyos  precios son mantenidos abusivamente altos. También hay que discriminar a aquellos comercios que se resisten a hacer reajustes razonables. No tiene sentido que discriminemos entre la violencia del crimen y la especulación desmedida, que también es violencia. Pongámonos en pie.

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