Un país gobernado por la impunidad

Un país gobernado por la impunidad

Desperté conmocionado el pasado lunes 12 de marzo de 2012. La noticia no podía ser peor: el joven Francisco Caamaño Vélez había sido asesinado de un certero disparo que penetró por su parietal derecho.

La versión de que un atacante confundido se equivocó de víctima no alcanzó a convencerme. Si fue así, ¿por qué el criminal no hizo más disparos contra el supuesto objetivo que perseguía mientras estaba tendido inmóvil en el suelo? Sin lugar a dudas, el asesino era experto en el uso del arma de fuego que portaba con la debida aprobación del Ministerio de Interior y Policía.

No era un neófito en el porte y uso del arma, sino que, además, lo hacía apoyado por la legalidad de este sistema injusto que premia al delincuente. ¿Por qué hizo sólo un disparo si la pistola Hipower tenía capacidad para más de diez proyectiles mientras nadie podía enfrentarlo?

Francisco era un muchacho, bondadoso, trabajador y querido por todos los que lo conocimos. Es hijo de Claudio Caamaño Grullón, patriota que lo ha dado todo por este pedazo de tierra ajena y de Fabiola Vélez Catrain.

Me debatía entre el desconcierto y la duda hasta que llamé por teléfono a Claudio, para ponerme a su disposición.

Desde aquel momento todo cambió para quienes profesamos afectos por esa familia. No hay castigo más horrendo que perder un hijo.

Y me puse entonces en la carne y espíritu de Claudio y de Fabiola, tratando con mi actitud solidaria que su dolor fuera menor. Pero no. Un hijo lo es todo. No hay consuelo posible para quien súbitamente pierde lo más valioso de la humanidad. Con esa muerte, los padres y hermanos empiezan a morir de sufrimiento y de congoja.

Resulta muy duro este tipo de pérdida, especialmente cuando la muerte es repentina y violenta. Además, por lo inesperado, el choque emocional y un estado de negación total pueden resultar abrumadores.

No es natural que un hijo muera antes que sus padres. En tiempos de paz, los hijos entierran a los padres. En tiempos de guerra, son los padres quienes entierran a los hijos. Cuando algo así sucede, no hay oportunidad de prepararse, ni de resolver malentendidos como tampoco para despedirse a tiempo o para asimilar la realidad.

Nunca estaremos preparados para despedir definitivamente al fruto de las entrañas. La angustia es demasiado intensa y desconocida. No alcanzamos a discernir por qué tanto sufrimiento.

No es el dolor de un golpe o una herida. Es el dolor del alma, el de la impotencia, el de saber que nada podrá traer a Francisco de nuevo entre nosotros. ¿Qué madre quiere seguir viviendo luego de la pérdida de alguien que parió con dolor y con amor? ¿Qué podría borrar el temor a perder otro hijo en esta sociedad injusta y criminal?

La mejoría completa de esta enorme tragedia tomará mucho tiempo y necesitará del apoyo de todos sus amigos y familiares. La acongojada familia volverá, gradualmente, a un nuevo y difícil ritmo de vida.

La familia, como tal, ha cambiado para siempre. Claudio, Fabiola y los demás hermanos de Francisco han sufrido una pérdida tal que necesitan del apoyo nuestro a corto y a largo plazo.

Una investigación profesional y cuidadosa debía ser realizada por el Ministerio Público sobre el asesinato de Francisco Caamaño Vélez para dilucidar las causas reales del crimen.

Así podría evitarse que siga reproduciéndose esta diarrea de crímenes ejecutados por criminales reincidentes que nunca llegan a cumplir las condenas establecidas por los tribunales.

Consternado por este brutal e inexplicable asesinato debo preguntar: ¿Cuántas vidas de jóvenes tienen que ser tronchadas violentamente para convencernos de que no vivimos en un ambiente de paz sino de guerra? Las lóbregas estadísticas muestran que entre los feminicidios, los ajustes de cuentas del narcotráfico, los intercambios de disparos de la Policía Nacional, las víctimas del sicariato y de la delincuencia común, República Dominicana es un país gobernado por la violencia de los nunca castigados sectores que monopolizan el poder político y económico. Y la única manera de vencer a ese criminal ocupante es combatiendo la impunidad.

 

 

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