Un país que tolera las mafias

Un país que tolera las mafias

Es difícil cuantificar con números la variedad de cosas que se falsifican o adulteran en este país. En términos prácticos, la gama de las falsificaciones es infinita y, más que eso, tolerada, protegida y, cuando no, ignorada con una ceguera también falsificada. Minerva Isa, nuestra aguda investigadora, desmenuza en estos días este tema, en una serie de trabajos que empezó a publicarse ayer lunes y que abarcará varias entregas, en este periódico. Documentos oficiales y privados, medicinas, títulos de propiedad, marcas, fechas de caducidad y hasta drogas, forman parte del inventario de falsificaciones.

La parte dolorosa de este estado de cosas es que los inculpados por estos delitos cuentan con manto protector. Desde dinero hasta influencias de gente de poder, sirven de escudo a personas culpadas múltiples veces por delitos de falsedad, en una cadena interminable de reincidencia y burla de la justicia. El caso de las medicinas falsificadas es, quizás, de los más escandalosos ejemplos de reincidencia en falsedad.

El país se ha ido forjando una característica indeseable para el comercio internacional. Las falsificaciones de títulos de propiedad, por ejemplo, han arruinado y ahuyentado muchos proyectos de inversión extranjera, y la voz se corre. La prosperidad de las falsificaciones y la reincidencia desnudan tolerancia y complicidad.

UN CALVARIO PARA MUERTOS Y VIVOS

Morir violentamente en este país coloca a cualquier persona en el decurso de un calvario que agranda la congoja de los dolientes. La falta de frigoríficos en las morgues de muchos hospitales precipita la descomposición de los cadáveres guardados allí. Generalmente, cuando las familias llegan a procurarlos ya están en estado de descomposición, lo que obliga a precipitar las honras fúnebres y el entierro.

No todo termina en las deplorables condiciones de la mayoría de las morgues, porque el entierro reserva escenas también tormentosas. La generalidad de los cementerios municipales están desatendidos y se han convertido en madrigueras de bandidos que, no bien ha sido sepultado un difunto, lo desentierran para robar el ataúd y otras pertenencias. La autoridad no hace nada por acabar estas profanaciones. Para cualquier familia, este calvario ahonda la pena por la pérdida de un ser querido.

 

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