Un paisito de papel

Un paisito de papel

MIGUEL AQUINO GARCÍA
La democracia dominicana es tan frágil como el pedacito de papel que el senador Hernani Salazar le pasó al juez a cargo del proceso contra los acusados de desfalcar al Estado con los fondos del Plan Renove. Así de simple, sencillo y espectacular a la vez es el ejercicio del tráfico de influencia por estas tierras.

Sólo en un país carente de sólidas instituciones, sin independencia real entre los poderes del Estado, un país en el cual el clientelismo y la cultura del robo son reconocidos como mecanismos «normales» de funcionamiento por individuos en usufructo del poder político, sólo en un país en el que el tráfico de influencia es la norma y el castigo de los corruptos es la excepción que nunca llega, sólo en un país en el que a la constitución se le considera… eso mismo…»un pedazo de papel» cuyo contenido se puede cambiar a conveniencia del poder de turno, sólo en un país con estos catastróficos atributos se puede asistir al espectáculo protagonizado en el segundo juzgado de instrucción en conocimiento del mencionado desfalco.

Porque incluso asumiendo que el mencionado papelito que el senador Harnani le pasara al Juez Víctor Martínez en plena audiencia, se limitaba a pedirle a este que permitiera la presencia en el tribunal de unos 20 dirigentes perredeístas, una especie de «comando de apoyo » en favor de los acusados, esta acción constituye una falta de tacto, sensatez y prudencia por parte del senador, dado que tanto el señor Harnani, los acusados del desfalco y el mismísimo señor juez son todos reconocidos militantes perredeístas, y en esas circunstancias la creación de una imágen de tráfico de influencia en favor de los acusados, con razón o sin ella, es simplemente inevitable. 

La realidad es que a la ciudadanía no le cabe duda alguna de que estamos en presencia de otro acto de corrupción contra los recursos del Estado, consciente de que con excepción de los siete meses de gobierno de Juan Bosch, continuos actos de desfalco del Estado ha sido una constante «normalidad» de nuestra débil democracia. La influencia del poder y la corrupción de Estado se ha manifestado en variadas formas, unas veces silente, apareciendo tranquilamente en forma de mansiones que con el tiempo dejaron de ser sorpresas y mas bien cautivaban la imaginación del rumor público, pequeños castillos que apenas se detenían «en la puerta de aquel despacho». La impunidad que ha envuelto los actos de corrupción estatal han estimulado sin duda la persistencia y variedad de esta calamidad pública, de este ladronicio de Estado, que nos pasa a veces fugaz, cual luminoso cometa, desplazándose a ritmo de yipetas hasta por los laberintos del cuarto poder, sin que nadie pueda detener su marcha. La democracia apenas ha servido para que medio nos cuenten lo que nos están robando, pero la corrupción se mantiene señera, apoyada en la impunidad que crece en el caldo de cultivo de la cultura del robo y de la falta de instituciones, de la aparente inevitabilidad del poder centralizado. En este país más fácil cae preso un periodista «por hacer chistes» contra un jefe, que un bandido al que se le haya cogido «con la masa en la mano» robándole millones al Estado.

Como Trujillo se había robado toda la riqueza del país, con su ajusticiamiento le hizimos pagar al menos parte de sus culpas, y sus bienes materiales retornaron al patrimonio del Estado. Nadie desea por supuesto vivir bajo el oprobio de una tiranía que como la de Rafael Trujillo, mantuvo el orden y cierto progreso material a base de quebrar el espíritu, la estima propia, la dignidad y cuando asi le parecía la existencia física misma de sus gobernados. La historia demuestra que en una democracia funcional se pueden alcanzar los máximos niveles de progreso material preservando la solemnidad de los derechos humanos. Lamentablemente nuestra democracia no ha alcanzado tal nivel de funcionalidad ni nuestras instituciones tal nivel de madurez e independencia que hagan posible la descentralización del poder y la liquidación de la corrupción de Estado . Obsérvese que en las democracias avanzadas el temor a la aplicación de la ley, -que está por encima de los poderes de turno-, minimiza los actos de corrupción, y cuando estos suceden los acusados son públicamente rechazados y políticamente exterminados, pues todo el mundo sabe que la ley se impondrá señera sobre la cabeza de los culpables. Aquí por el contrario, dada la impunidad de que ha gozado la cultura del robo, los acusados de desfalcar al Estado reciben el apoyo inmediato de la parcela política en que se encuentran, como si todo el mundo se estuviera viendo en el mismo espejo. No hay sonrojo público ni aislamiento político ni sentencia condenatoria y sostenible. A ello le sigue pues el reinforzamiento y estímulo de la misma conducta lo que ha ido creando toda una generación de «trujillitos», que a diferencia del otro Trujillo ni pagan por sus culpas, ni son vectores de progreso alguno ni retornan a la sociedad los recursos públicos saqueados. 

Una muestra de las profundas consecuencias de la corrupción, se evidencia en el hecho de que los más de 1,300 millones de pesos que se alega le fue robado al Estado a través del Plan Renove, sería dinero más que suficiente para iniciar por ejemplo una inversión en la producción local de medicamentos esenciales, con mínimo asesoramiento y colaboración de compañías farmacéuticas internacionales, lo que no sólo generaría empleos permanentes sino que resultaría en el abaratamiento de medicamentos básicos para la población desposeída, cuya capacidad para enfrentar los precios de medicamentos importados y no genéricos es casi nula. El acceso a la población general así como a instituciones médicas públicas y privadas de medicamentos baratos producidos en el país, constituiría un enorme elevamiento del nivel de salud pública, en un país en que a diario muere gente hasta por falta de antibióticos, y el tratamiento de padecimientos crónicos como alta presión y diabetes son simplemente incosteables. Mientras la justicia no se decida a cercenar el cáancer de la corrupción con medidas ejemplarizantes, el destino del pueblo seguirá a la intemperie sujeto al influjo de poderosos «pedacitos de papel».

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