Un penoso desorden mal negociado. En medio del dolor y la frustración, nos abate saber que no somos capaces de identificar ni atrapar a todos los culpables; que no aparecen en la escena del crimen.
Lo que el suceso trágico nos muestra es que estamos sustentados en un ordenamiento social cuyos cimientos suelen ser negociaciones de dudosa moral.
O mucho peor aún: estamos viviendo en una sociedad compuesta por individuos cuya mayor o única meta es el tener y consumir; gentes cuyas vidas carecen de propósitos comunitarios, buscavidas con tan solo objetivos egoístas, semejantes.
Es sencillo: los que están en una orquesta, un equipo de beisbol, tienen interés común; motociclistas y conductores, los que hacen fila para obtener una funda de alimentos, o desordenadamente depredan un camión de mercancías accidentado, tienen un interés solo semejante.
Nuestro problema no es solamente el no poder castigar a los culpables. Que los tenemos en todos los estratos, de todas las pintas. Es peor no entender siquiera el contexto social, nuestro actual “estado de situación”.
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Nuestros gobernantes suelen fracasar por falta de visión y de compromiso con el bien común. Atrapados en negociaciones y deudas de favores a grupos de interés e individuos de negocios obscuros.
Padecemos un “desorden mal negociado” , atrapados entre paredes y límites territoriales; sin árbitros ni observadores confiables. Ya no confiamos en la OEA, la ONU; ni tememos al imperialismo, ni al comunismo.
Cuando un gobernante, ministro o congresista llega al Gobierno por la ayuda de un narcotraficante: el narco también ha llegado al poder del Estado.
Si un funcionario es socio comercial o familiar cercano de un empresario u oligarca, también ellos han llegado al Gobierno. Y todos estos “asociados” y advenedizos se disputan puestos y favores con los militantes del partido oficialista y sus familiares, quienes entienden que también “llegaron” al Gobierno.
Todos ellos esperan o suponen merecer que se les respeten sus propiedades, sus negocios e intereses, lícitos o no, morales o inmorales. Ante este panorama, tenemos un Estado débil, incapaz de imponer orden y justicia.
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Todo ordenamiento social debe ser el producto de la voluntad y el asentimiento concertados; impuesto sobre los pocos individuos disidentes o inconformes.
La única manera de que todos aceptemos voluntariamente la autoridad del Estado, es creando un real y creíble “Proyecto de bien común”, basado en el esfuerzo colectivo. Porque, independientemente de si hay desarrollo de la ciencia y abundancia de bienes, la pobreza y el consumismo son dos bombas con signos contrario… que se activan simultáneamente.
La esperanza aún existe. Más de la mitad de nuestros ciudadanos tiene sincero temor de Dios (muchos lo disimulan para que no abusen aun más de ellos). Ese temor y esa fe, son nuestra mayor esperanza, acaso nuestro único verdadero bien intangible valedero y duradero.
Si ciudadanos, élites y gobernantes no ponen a Dios y la patria en primer lugar; y el libre albedrío sin libertinaje para después, entonces, el futuro no existirá para nadie; se impondrá el desastre; mucho mayor aún que este actual desorden mal negociado.