Un perdón presidencial

Un perdón presidencial

CHIQUI VICIOSO
Había decidido escribir este artículo cerca del Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, el próximo 25 de noviembre, pero una foto que acaba de aparecer publicada en Hoy del 24 de septiembre, Día de Nuestra Señora de las Mercedes, y un conmovedor titular, me han hecho cambiar de idea.

He conocido en las últimas semanas a varias mujeres jóvenes profesionales, muchachas en sus treinta, bonitas, felices madres y esposas, y con talento para la escritura, la fotografía, la actuación y hasta el canto. En mi conversación con ellas me ha sorprendido el que al reconocerme como feminista me hayan hecho el reclamo de que el movimiento de mujeres de este país haya dejado sola a Miriam Brito. “No hubo una sola de ustedes en su juicio, nadie que hablara con y por ella”, “y preguntara dónde estaban los jueces y fiscales que la juzgaron en los 20 años de terror que vivió con José Castro”, un hombre intrínsicamente violento de quien se sospechaba fue uno de los instigadores, junto con otros areneros, del asesinato del joven ambientalista de San Cristóbal, Sixto Ramírez, alias El Maco, un luchador por la recuperación de las tierras de Yaguate y Semana Santa, de las cuales una vieja y reconocida familia capitalina (la misma, según dicen, de la Avenida del Puerto) se había apoderado de 24,000 tareas, y por la defensa del río Nizao…

José Castro, tan violento que era arenero, esa especie de Homo Sapiens que ha hecho una profesión de la destrucción de los ríos, y por ende de los árboles aledaños y del agua, que es la máxima expresión de vida de esa simbólica mujer que es la madre naturaleza.

“No sabía que ustedes le daban seguimiento a esos casos”, les dije, agradablemente sorprendida, y mucho menos que nos dieran seguimiento como feministas, aclarando que no dirijo ningún movimiento de mujeres y que no asistí al juicio porque estaba fuera del país. Ambas excusas verdaderas que no justifican mi posterior silencio.

“Lo increíble es que hay un archivo de denuncias en las Fiscalías”, y “hay archivos médicos con las evidencias físicas de la violencia de José Castro contra su esposa y contra la trabajadora doméstica”, hechos que debieron sino provocar la compasión de los jueces, por lo menos atenuar la condena de Miriam y Deidania, en este país donde los violadores de niñas de cinco, seis y siete años apenas reciben cinco años de condena, y donde a mediados de este año ya superamos con creces las estadísticas de mujeres (no hombres) asesinados por violentos y obsesivos ex esposos, maridos, amigos y amantes.

En el HOY del 24 de septiembre los hijos de Miriam Brito: José Manuel, Ariel José, Elvira, Margarita y Sadam, afirman que la Justicia se ha ensañado contra su madre, y tienen razón. Para el orden patriarcal, cuya ideología ha sido internalizada por hombres y mujeres, es una amenaza que las mujeres hagan justicia por sus propias manos frente a las limitaciones del propio poder judicial para protegerlas, y frente a la carencia de una infraestructura, como los hogares refugio, donde se pueda sacarlas de circulación hasta que sus potenciales asesinos desistan de sus compulsiones homicidas, o sean internados en clínicas psiquiátricas. Deficiencias del sistema judicial que siempre desembocan en el asesinato de ellas y muchas veces de sus hijos, sólo hay que recordar al guachimán que mató a su mujer, quien lo había denunciado en diez ocasiones, a sus tres hijos pequeños, incluyendo a dos niñitas, y luego se suicidó.

Cuando indagué sobre la sentencia me dijeron que ya es definitiva: ¡20 años para esta madre que no actuó antes para preservar a sus hijos!, y ¡30 años! para la doméstica que se solidarizó con ella, a su vez víctima de las constante violencia de José Castro. Empero, en todos los países existe algo que se llama Perdón Presidencial. Ojalá que el presidente Leonel Fernández se solidarice con este caso, y mande un mensaje claro a los posibles victimarios de sus esposas, amantes, novias o hijos, libertando a Miriam Brito y a Deidania González, y devolviéndole a esos cinco adolescentes que tomaron la iniciativa de ir a los periódicos a testimoniar las vejaciones que su progenitora sufrió durante más de 20 años: “los más inimaginables maltratos físicos y sicológicos, así como vejaciones y humillaciones de parte de su padre” (sino cuenta el testimonio de los hijos, ¿Cuál cuenta?), devolviéndole a esos cinco adolescentes, mediante un perdón presidencial, a su madre, y su trabajadora doméstica: Deidania González, quien arriesgó lo único que poseía: su libertad, para ayudar a otra mujer, algo extraordinario y encomiable.

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