Un personaje que se llama Melvin Mañón

Un personaje que se llama Melvin Mañón

Siempre me he considerado perteneciente al extenso lectorado que disfruta a plenitud la lectura de Memorias, Autobiografías, Reminiscencias y Semblanzas al estimar que su redacción no obedece por lo general a un ejercicio de hipocresía sino que representa más bien la opción que tienen muchas personas para desgarrar en público sus más íntimas vestiduras.

Luego de finalizar recientemente “Vida de Shakespeare” por Víctor Hugo, caso único de un genio escribiendo sobre otro genio, me zambullí gustoso en “Travesía” unas evocaciones de la autoría del siempre polémico Melvin Mañón, cuyas peripecias  en diferentes épocas y escenarios recordarán a más de uno las aventuras de Rocambole, el personaje del novelista francés Ponson du Terrail.

Dedicada al fallecido arquitecto Ramón Martínez, la obra está excelentemente prologada por alguien que tiene la fortuna de llevar el maravilloso nombre de Fidel Munnigh, quien en sus palabras nos precisa dos cosas sobre el autor: que en su vida no hay trayectoria alguna sino solo travesía, y además, que el mismo es una especie de “avis raris” en el panorama intelectual y político nacional.

Cuando desde Santiago vacacionaba en Puerto Plata a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo, conocí de vista a Melvin, concitando mi atención su actitud de pasarse horas muertas viendo el mar desde la playa frente a la Logia Masónica Restauración, como si interrogara al horizonte con respecto a cosas sobre las cuales necesitaba una apremiante respuesta.

Su postura contemplativa es común en quienes son reclusos de un temperamento soñador, de aquellos que jamás serán contentados por la realidad, rasgos que con posteridad comprobé al establecerse un vínculo amistoso mediante la intermediación de compañeros de estudios y familiares que residían allí, y por encuentros casuales en el “Yocar”, en el “Rex”, en “Long Beach” y en el parque central.

Un análisis desapasionado del contenido de su flamante e interesante autobiografía nos revela, que a pesar de sus encontradas y sucesivas deslealtades, su vida como político, funcionario público, empresario privado y escritor, aunque rebosante de contradicciones, es el vivo retrato de la condición humana, con el valor añadido de que su estilo expresa aquello que no puede decirse y todo lo que es imposible callar.

Si cada uno de nosotros tuviera la valentía y la capacidad suficiente para inventariar los años ya vividos, descubriría con espanto, que el hecho de haber sobrevivido se lo debemos a la comisión de muchos actos de cobardía, que en el caso de confesarlos nos deslegitimizaría ante la sociedad, teniendo entonces que soportar una carga de oprobios que solo una cariátide del Palacio Nacional estaría en condiciones de llevar.

No pocos de los que conocen al ex compañero Manuel me señalan que se trata de una reencarnación de Judas Iscariote, que su cobardía no tiene límites, y que por haber nacido siglos después de Dante Alighieri éste no pudo colocarlo en Tolomea, zona ubicada en la tercera división del noveno círculo y último del Infierno, donde están penando los que traicionaron a sus amigos.

La base de esta insistente acusación reside en el supuesto de haber vendido al coronel Caamaño y sus compañeros cuando el desembarco de playa Caracoles, inculpación sostenida por sectores de la izquierda revolucionaria dominicana con la secreta finalidad de responsabilizarlo del fracaso de una insurgencia cuyo éxito únicamente podía existir en la mentalidad delirante de quienes en aquellos tiempos estaban seducidos por el triunfo de Castro y las bondades del socialismo.

Las divisiones internas en el MPD; la frustración del levantamiento de 1965; la invasión de Checoslovaquia; la eliminación de Los Palmeros; las decepciones del experimento cubano y el descalabro en las montañas de Ocoa, tenían que inducir a Melvin, no a cambiar de bando, sino a abandonar una expectativa socio-política que se derrumbaba a ojos vista, la cual había defendido a capa y espada durante más de una década, tanto aquí como en el extranjero.

Al justificarse muy bien de la imputación de delator en las páginas de su “Travesía” aportando documentos y señalando por sus nombres testigos de su comportamiento en aquel entonces, el propósito de este artículo no es asumir su defensa al respecto sino más bien, hacer observaciones personales de la vida que resolvió vivir luego de renunciar a su participación en la política vernácula y que constituyen la parte más voluminosa e interesante de su más reciente publicación.

Su tránsito por la revista “Ahora”; por el grupo de Santiago; por la Madre y Maestra; el ISA; el Banco Central, la Dominicana de Aviación; por el mundo de la publicidad; por Miami, Boston y España entre otras actividades, no era el resultado de un indignante transfuguismo sino el descubrimiento por sectores influyentes de la sociedad dominicana de tres joyas que adornan su personalidad: creatividad, imaginación y en particular, inventiva.

Si hubiese sido un simple repetidor de consignas y eslóganes propagandísticos durante su militancia política, jamás hubiera logrado el valor de cambio y de utilidad que tuvo en los más altos centros de decisión de aquella época, y pienso que el rencor y la envidia que todavía le profesan los incondicionales del radicalismo político criollo, surgen del reconocimiento de su talento por parte de la oligarquía dominicana.

En ciertos pasajes de su “Travesía” el señor Mañón ofrece la impresión de estar agradablemente sorprendido por el género de vida que ha llevado, al extremo de hacerle reiteradas concesiones a la vanidad –común entre escritores- al creerse protagonista, orientador e ideólogo de la Asociación para el Desarrollo de Santiago y expresar que algunos lo consideraban como la eminencia gris detrás del Presidente Joaquín Balaguer.

También revela afanes de notoriedad histórica cuando al ser liberado por el crimen de Orlando Martínez en agosto de 1975 hace alusión a que en ese mismo año terminó la guerra de Vietnam, Nixon fue obligado a dimitir, en el Líbano se iniciaba la guerra civil, fue asesinado el rey Faisal en Arabia Saudita, Shakarov recibió el premio Nóbel, así como otros hechos que sirven de marco referencial a su “privilegiada” y “extraordinaria” existencia.

Quien lea con detenimiento su obra se apercibirá de que al autor le gusta en muchas cosas lanzarse sin paracaídas, que detesta estar en dique seco pues siempre está en perpetuo movimiento y como todo buen soñador es receptivo a teorías seductoras reseñadas en libros de Economía, Sociología o Política, a pesar de que el marxismo leído en su juventud aún permea e interviene de una manera borrosa al momento de tomar sus iniciativas o decisiones.

Son justamente estos residuos del materialismo histórico que todavía se resisten a desvanecerse por completo en su espíritu, los causantes de que con frecuencia sea como una especie de predictor social, un profeta de futuros acontecimientos no oportunamente escuchados, como le sucedía a la vidente Casandra de la mitología griega, aspecto de su conducta fácil de detectar para quien en la televisión vea su programa dominical “Épocas y tiempos de…”

Las contradicciones de su naturaleza las describe muy bien el arquitecto Ramón Martínez al expresar lo siguiente: “Melvin es un desclasado que produce dinero para sustentar un estilo de vida, que no solo rechaza, sino que irrespeta y transgrede; viste descuidado y mal, pero a propósito; no tiene hábitos predecibles y tiene algo desconcertante para su entorno: nadie sabe nunca en qué actividad está ni cuanto tiempo va a durar en ella antes de que se canse y salte a otra cosa”.

Después de leer su trabajo “Travesía” puedo decir, que el Señor Mañón no es mejor de como lo pintan sus admiradores ni tampoco peor de como lo reseñan en la actualidad los marxistas frustrados, y que hojear su último parto literario es una buena oportunidad para quienes tengan agendas diferentes a la del autor –como es mi caso- de constatar, que la reputación de un individuo es en el fondo una suma de malentendidos y que no hay atrevimiento más grande que emplear el verbo conocer cuando se trata de aplicarlo a los seres humanos.

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