Un pirómano no
puede ser bombero

Un pirómano no <BR>puede ser bombero

Desde que el Presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, ordenó otra invasión militar contra República Dominicana el 28 de abril de 1965, encontró un firme opositor en el Senado. Ese fue William Fulbright, entonces Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores.

El principal alegato de Fulbright se sintetizaba en una frase: “La restauración de un gobierno constitucional en República Dominicana como una justificación de la intervención es igual que considerar el incendio intencional de una casa como justificación del fuego.” O lo que es lo mismo decir, nadie puede justificar el incendio de una edificación por el hecho de que ayude a recoger los escombros y las cenizas.

Una situación semejante a la del presidente Johnson en 1965 protagoniza el actual ministro de obras públicas, Víctor Díaz Rúa. El contraproducente Corredor Duarte en la capital dominicana ha provocado el peor caos de tránsito que alguien pudo alguna vez imaginar. No hay hora del día en el que circular en vehículos de motor por esas calles capitalinas no se convierta en un suplicio. La ausencia de medidas anticipadas, preventivas y de supervisión permanente provocan entre la ciudadanía inconvenientes que parecen intencionadas campañas de sadismo.

Ahora se despacha el ministro Díaz Rúa con la barbaridad de anunciar “Un moderno programa vía satélite mediante el cual se verifique y se hagan tomas del tránsito en las principales intersecciones de la ciudad capital.” El funcionario simula ignorar que es él quien ha provocado un giga desorden del tránsito vehicular. Son él y sus socios brasileños de la empresa Odebrecht quienes atizan el tormento infernal que constituye moverse por la ciudad de Santo Domingo.

Agudizado el caos, se presentan desplegando caras de sacristán con el caramelo envenenado de imágenes satelitales. Con esto quieren engañar y adormecer al sufrido pueblo. Incendiaron la ciudad y ahora tratan de hacernos creer en sus promesas de ayudarnos a recoger los escombros y las cenizas. No debía sorprendernos si en los próximos días el presidente Fernández y su tanque de ideas anuncia la compra de un satélite para la estupidez anunciada. De seguro que los brasileños de Odebrecht buscarían el financiamiento mientras la rosca de la corrupción continuaría exprimiendo el endeudamiento externo.

Y para estrujarnos el desprecio por los principios elementales de la ciencia del transporte, han construido un subterráneo para facilitar el giro a la izquierda en la intersección de las avenidas “27 de Febrero” y “Ortega y Gasset”. Ese movimiento estuvo siempre coordinado por un miserable semáforo durante muchos años sin que mostrara signos de ineficiencia, dada la pequeña cantidad de vehículos que por allí circula. Prueba al canto de la escasa circulación radica en que ese giro ha sido suspendido por Odebrecht durante muchos meses debido a los obstáculos de las obras del Corredor Duarte y ningún pedazo de cielo se ha caído. La cantidad de vehículos que hacen ese viraje es muy baja porque la “Ortega y Gasset”, al norte de la “27 de Febrero”, no tiene orígenes ni destinos de gran importancia. ¡Ah, pero los funcionarios de Obras Públicas consideraron esa como la ruta ideal para que el presidente Leonel Fernández se trasladara desde su residencia hasta el Palacio Nacional y quieren evitar que la veloz caravana presidencial sea demorada por un vulgar semáforo! Como si Leonel fuera a permanecer en la Presidencia durante toda la vida útil de esas estructuras de acero y concreto.

En fin, las aberraciones constructivas siguen empeorando el tránsito vehicular urbano del Distrito Nacional. Nadie, ni funcionario ni ciudadano, puede negar que el tránsito esté en el peor momento de toda la historia. Nadie, por más promesas que haga, puede garantizar que la ciudad será más vivible luego de estar sumido en el caos total. Ninguna obra ha sido realizada ni medida preventiva alguna ha sido tomada para que los vehículos que por allí circulen puedan dispersarse por el resto de la ciudad y así atenuar el caos. Porque el corredor Duarte es un complejo sistema de gastar dinero y endeudar el país que funciona como una lavativa. Todos los vehículos que por allí entrarán no tendrán otra salida que el Corredor mismo. Y eso no es sólo un disparate, sino una perversidad.

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